La intervención en Siria ha dado al presidente Vladimir Putin un papel clave de interlocución frente a los gobiernos de la región.
Siria ha constituido una puerta para el retorno de Rusia a Oriente Medio tras una ausencia de tres décadas. En los últimos meses, Rusia ha enviado aviones, material militar avanzado y consejeros a Siria, establecido una sólida relación con Iraq y Egipto en los campos político y militar y expandido su alianza de facto con Irán. Esto contrasta con el declive de la influencia norteamericana en la región tras el fracaso de la guerra de Iraq y la disminución de la dependencia de EEUU del petróleo de la zona.
El fin de la Unión Soviética en 1991 trajo también el de la alianza de Moscú con algunos países de la región. Uno de sus aliados, Yemen del Sur (el único estado comunista árabe) fue engullido, tras una guerra, por el Norte. Los regímenes de Iraq y Libia fueron derribados por invasiones occidentales y la alianza con Egipto colapsó ya en 1981 cuando Anuar al Sadat decidió cambiar de campo y poner fin a la influencia soviética que el país había vivido durante el tiempo del presidente Gamal Abdel Nasser.
Tras el derrocamiento del régimen de Gadafi en Libia en 2011, los países occidentales iniciaron una campaña desestabilizadora en Siria que perseguía el mismo resultado. Su intención real era -y sigue siendo- la de acabar con todos los gobiernos independientes y nacionalistas en el mundo árabe. Sin embargo, fue ahí donde Moscú estableció una línea roja y su influencia en la región comenzó a recuperarse.
La culminación de esta tendencia al retorno ruso fue la intervención contra el terrorismo en Siria iniciada el 30 de Septiembre a petición del gobierno sirio y en coordinación con Irán e Iraq a través de la célula de Bagdad. Irán, por su parte, coopera con Rusia y ha enviado consejeros militares a Siria a fin de ayudar a las fuerzas del Ejército sirio y sus aliados frente al terrorismo patrocinado por Arabia Saudí, Qatar, Turquía, EEUU y Francia.
En este sentido, un diplomático ruso en Damasco señaló recientemente que Rusia nunca permitirá que los países occidentales utilicen de nuevo el Consejo de Seguridad de la ONU para crear una vía hacia una intervención armada en Siria como hicieron antes en Libia. “Nunca permitiremos que ellos se apoderen de Siria”, señaló.
La postura firme de Rusia en Siria tiene muchas causas: en primer lugar Rusia recuerda como la injerencia occidental en Libia transformó este país en una base para el terrorismo internacional y la desestabilización de los países vecinos. Al mismo tiempo, Rusia sabe que la pérdida de Siria supondría un duro golpe para su influencia e intereses no sólo en Oriente Medio, sino en todo el mundo. Rusia es consciente además de que un régimen extremista wahabí en Siria sería una amenaza grave para su propia seguridad nacional y serviría de trampolín para que los extremistas que operan en el Norte del Cáucaso ruso tuvieran un santuario desde el que actuar.
Cabe recordar, por otro lado, el interés ruso en proteger a los cristianos ortodoxos, mayoritarios en Siria e Iraq, que hacen frente a una desaparición de la región, donde han vivido desde hace 20 siglos, debido a la persecución que sufren a manos de los grupos takfiris.
La intervención en Siria ha dado al presidente Vladimir Putin un papel clave de interlocución frente a los gobiernos de la región. Incluso el gobierno jordano, considerado como totalmente dependiente de Occidente, busca ahora un acercamiento con Rusia y favorece el papel ruso en la región. En este sentido, algunos medios han planteado la posibilidad de que estados como Jordania, Emiratos Árabes Unidos y Egipto estén acercando ahora sus posturas a las de Rusia alejándose así de Arabia Saudí y Qatar.
La revista rusa Cuestiones de Estrategia Nacional, considerada cercana al Kremlin, señala que “el interés de Rusia es moverse hacia Oriente Medio para evitar tener que luchar contra los terroristas takfiris dentro de sus fronteras”. “Los rusos esperan también restaurar la posición de Rusia en la política mundial, como sucedió en la época soviética”, añade.
Según el rector de la Universidad de Teherán, Mohammad Marandi, “Rusia e Irán se están moviendo para impedir el colapso de la región y veremos como en las próximas semanas, otros estados se aproximan a la posición ruso-iraní en relación al peligro que suponen los extremistas”. Ambos países ven, pues, la necesidad de asegurar la estabilidad de la región frente a una situación de riesgo creada por la política de EEUU y sus aliados de tolerancia y apoyo al terrorismo con vistas a alcanzar sus objetivos geoestratégicos y para lo cual no dudan en crear peligrosas y absurdas ficciones como la existencia de “terroristas buenos o moderados”.