La decisión de la monarquía absolutista wahabí y sus socios menores de declarar a Hezbolá como grupo terrorista constituye un hecho orwelliano que busca dar la vuelta a la realidad.
La decisión de la monarquía absolutista wahabí y sus socios menores de declarar a Hezbolá como grupo terrorista constituye un hecho orwelliano que busca dar la vuelta a la realidad, pero no engaña a nadie. Arabia Saudí es el gran patrocinador del terrorismo global, un cargo al que también aspira y por el que hace méritos el presidente turco, Tayyip Recep Erdogan. Todos los grupos terroristas que actúan en el mundo islámico y fuera de él -desde Marruecos a Indonesia y desde Europa a Asia Central- siguen la escuela wahabí, oficial en Arabia Saudí, y han recibido miles de millones de dólares en ayudas del régimen saudí.
El anuncio saudí es fruto de la rabia incontenida del rey demente, Salman, y su hijo, el príncipe Muhammad ibn Salman, de 30 años, hombre fuerte del país, ministro de Defensa y segundo príncipe heredero, así como notorio criminal de guerra por sus acciones contra la población yemení. Bajo su liderazgo, Arabia Saudí se ha empantanado en Yemen y ha caído en una grave crisis económica debido a dicha guerra, a la caída del petróleo y, sobre todo, a la corrupción galopante que reina en el reino y que se va convirtiendo en una carga cada vez más pesada en un contexto donde cientos de miles de saudíes se incorporan cada año a un mercado de trabajo que no les puede ofrecer los puestos de trabajo que precisan.
Hay muchas razones que explican la desesperación de los gobernantes saudíes. En primer lugar, su guerra contra Yemen, que va a cumplir pronto un año, no ofrece progresos. El pueblo yemení resiste y el Ejército saudí ha demostrado ser una fuerza totalmente ineficaz desde el punto militar hasta el punto de que Arabia Saudí y algunos otros socios de su coalición, como los Emiratos Árabes Unidos, han tenido que gastar ingentes cantidades de dinero en contratar a miles de mercenarios. Sin embargo, la actuación de estas fuerzas ha sido igualmente decepcionante para sus empleadores, ya que aquellos por lógica luchan sin aceptar excesivos riesgos y últimamente han optado por abandonar el campo de batalla siempre que les ha sido posible. Los yemeníes han demostrado también que pueden actuar a voluntad dentro del territorio saudí tomando bases y obligando a las tropas saudíes a retirarse.
El fracaso de Siria
En el tema de Siria, Arabia Saudí, por boca de su ministro de Exteriores, Adel al Yubeir, ha venido repitiendo continuas amenazas contra ese país, afirmando que las tropas saudíes estaban dispuestas a entrar en el territorio sirio siempre y cuando fuerzas de otros países -como turcas o estadounidenses- las acompañen y protejan. Sin embargo, dado el temor que el régimen de Erdogan siente hacia los aviones y sistemas antiaéreos rusos y a la falta de apoyo de la OTAN a una posible aventura militar turca en Siria parece que esto no va a tener lugar.
La opinión pública saudí, que está notando ya los efectos políticos y económicos de la fracasada aventura en Yemen, ha comenzado a inquietarse seriamente por la posibilidad de librar otra guerra al mismo tiempo en Siria, cosa que el presupuesto y el ejército saudí no podrían soportar, especialmente frente a una poderosa coalición formada por el propio Ejército sirio, las fuerzas populares, Hezbolá, las milicias shiíes de Iraq, las milicias kurdas del YPG, fuerzas militares iraníes y Rusia.
La sociedad siria ha reaccionado también con total rechazo e indignación ante las amenazas saudíes hasta el punto de que Qadri Yamil, uno de los dirigente de la organización Frente Popular Sirio por el Cambio y la Liberación, una organización de la oposición moderada, declaró hace pocos días que el pueblo sirio puede encontrar una “solución militar” para detener la continua injerencia de Yubeir en los asuntos internos sirios. Por su parte, el líder del Partido de la Unión Democrática, el principal representante de los kurdos sirios, Salih Muslim Mohammad, ha acusado a Arabia Saudí de querer llevar al EI al poder en Siria.
Recientemente, el periodista norteamericano Hugh Taylor publicó en el periódico The Washington Post un artículo en el que citaba a un alto responsable saudí que no era mencionado por su nombre y que le manifestó: “Existe una seria preocupación en todos los niveles de la sociedad saudí, incluyendo los miembros de la familia real, sobre la participación en estas guerras en un momento en el que el país está haciendo frente a dificultades económicas como resultado del declive en las rentas petrolíferas. Creo que hemos perdido la capacidad de ver las cosas con realismo”.
Algunos autores árabes consideran que el régimen saudí ha caído, en realidad, en una trampa que le tendieron EEUU y otros países occidentales para empujar a este país a un conflicto contra Irán con el fin de ponerlo en una situación en la que esté dispuesto a aceptar a Israel como su salvador y aliado frente “la amenaza persa y shií”. Esto ha producido también pingües beneficios a las compañías armamentísticas occidentales, que han vendido armas a los países árabes del Golfo Pérsico por un importe de 200.000 millones de dólares en estos últimos años. Sin embargo, tras la firma del acuerdo nuclear con Irán, EEUU se retiró de la confrontación con ese país y dejó a Arabia Saudí sola.
Arabia Saudí se siente también frustrada por el cese el fuego en Siria que ha puesto fin a su sueño de derrocar al presidente Bashar al Assad por la fuerza. Los líderes saudíes no tienen confianza en el papel que el grupo de Riad de la oposición siria pueda jugar en la política siria del futuro habida cuenta de sus vínculos con Al Qaida y su condición de agentes al servicio de una potencia enemiga de Siria, hecho éste que les ha granjeado el rechazo de la población siria.
En este contexto, Arabia Saudí ha tomado ahora al Líbano como blanco de su frustración e intenta desestabilizar el país, en cooperación con Israel, que tiene los mismos objetivos que el régimen saudí en este tema. La incautación por parte de la policía griega de un cargamento de armas muestra que el régimen de Erdogan en Turquía podría ser, como en el caso de Siria e Iraq, cómplice de los saudíes en esta nueva campaña de desestabilización.
Sin embargo, su campaña contra el Líbano será otro sonoro fracaso. En primer lugar, el número de salafistas takfiris dispuestos a escuchar los discursos extremistas de los terroristas del Frente al Nusra y el EI, protegidos por Ankara y Riad, es extremadamente reducido. Dos tercios de la población libanesa están integrados por shiíes y cristianos. La mayoría de sunníes del Líbano tienen también una orientación moderada y grandes intereses económicos que les hace poco proclives a embarcarse en un posible conflicto.
En todo caso, la mayor parte de la población libanesa siente una adhesión y simpatía hacia Hezbolá, lo que, unido a la notable inteligencia de sus líderes, hace al partido inmune a los intentos de desestabilización en su contra. En todo caso, los ataques de las monarquías absolutistas del Golfo contra Hezbolá constituyen una medalla de honor para Hezbolá y permitirán también a todos los pueblos oprimidos de Oriente Medio, como el de Yemen y otros, conocer quién es el que realmente está a su lado y tiene el grado suficiente de honestidad y ética como para denunciar las políticas de uno de los regímenes más corruptos y despóticos del planeta.