Inmediatamente después de su próxima confirmación por parte del Senado, la nueva administración del presidente estadounidense Barack Obama presentará al Consejo de Seguridad de la ONU un plan de paz para Siria.
Ya empezó la cuenta atrás. Inmediatamente después de su próxima confirmación por parte del Senado, la nueva administración del presidente estadounidense Barack Obama presentará al Consejo de Seguridad de la ONU un plan de paz para Siria. En el plano jurídico, y a pesar de que el presidente Obama se sucede a sí mismo, su anterior administración está autorizada a ocuparse únicamente de temas corrientes aún pendientes pero no puede tomar ningún tipo de iniciativa.
En el plano político, Barack Obama no reaccionó cuando –en medio de su campaña electoral – varios de sus propios colaboradores torpedearon el acuerdo de paz de Ginebra. Pero emprendió la gran limpieza en cuanto supo que había sido reelecto. Como ya estaba previsto de antemano, el general Petraeus -arquitecto de la guerra en Siria– cayó en la trampa que se le había tendido y se vio obligado a abandonar su cargo de director de la CIA. También como estaba previsto, los grandes jefes de la OTAN y artífices del escudo antimisiles, totalmente opuestos a un entendimiento con Rusia, se vieron sometidos a investigaciones por corrupción que los han condenado al silencio. Y, también conforme a los planes, la secretaria de Estado Hillary Clinton fue puesta fuera de combate. Lo único sorprendente fue el método utilizado para sacarla del juego: un grave problema de salud que la puso en estado de coma.
Las cosas, mientras tanto, han ido avanzando por el lado de la ONU. En septiembre, el Departamento de Operaciones de Paz de la ONU firmó un Protocolo con la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). Esa misma entidad de la ONU supervisó en octubre –en Kazajstán– las maniobras de la OTSC en las que se simulaba un despliegue de «chapkas azules» en Siria. En diciembre, el mismo departamento onusiano reunió a los representantes militares de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad para presentarles la manera cómo pudiera desarrollarse ese despliegue. Aunque no están de acuerdo con esa solución, franceses y británicos se plegaron a la voluntad de Washington.
Sin embargo, Francia trató de utilizar a Lakdhar Brahimi, el representante especial de los secretarios generales de la Liga Árabe y de la ONU, para modificar el plan de paz de Ginebra en función de las reservas que París ya había emitido el 30 de junio. En definitiva, el señor Brahimi optó por la vía de la prudencia, absteniéndose de tomar posición y limitándose a hacer el papel de mensajero entre las partes implicadas en el conflicto.
Lo que pasa es que, en el terreno, el gobierno sirio está posición de evidente superioridad. La situación militar se ha invertido. Hasta los propios franceses ya han dejado de hablar de las «zonas liberadas» que antes pretendían gobernar con un mandato extendido por la ONU. Zonas que además han ido reduciéndose y que, en los lugares donde aún se mantienen, están en manos de salafistas muy poco presentables. Las tropas del Ejército «Sirio Libre» recibieron órdenes de abandonar sus posiciones y de reagruparse alrededor de la capital para lanzar un asalto final.
Los Contras esperaban sublevar a los refugiados palestinos, en su mayoría sunnitas, en contra del régimen multiconfesional, según el esquema que la familia Hariri trató de utilizar en Líbano para sublevar a los palestinos sunnitas del campamento de Nahr-el-Bareb en contra del Hezbollah chiita. Al igual que en Líbano, ese proyecto fracasó porque los palestinos saben muy bien quiénes son sus amigos y quién son los que realmente luchan por la liberación de su tierra. Dicho de forma más concreta, durante la reciente agresión israelí de 8 días contra la franja de Gaza, las monarquías del Golfo no movieron ni un dedo mientras que el armamento proporcionado por Irán y por Siria tuvo una importancia decisiva.
Elementos del Hamas, fieles a Khaled Mechaal y financiados por Qatar, abrieron las puertas del campamento palestino de Yarmouk a varios cientos de combatientes del Frente de Apoyo a los Combatientes del Levante (rama sirio-libanesa de al-Qaeda), igualmente vinculados a Qatar. Esos elementos lucharon principalmente contra los hombres del FPLP-CG. Vía SMS, el gobierno sirio pidió a los 180 000 habitantes del campamento palestino que abandonaran el lugar lo más rápidamente posible y les garantizó albergue temporal en hoteles, escuelas e instalaciones deportivas de Damasco. Algunos prefirieron irse al Líbano. Al día siguiente, el Ejército Árabe Sirio atacó el lugar con armamento pesado y recuperó el control del campamento. Catorce organizaciones palestinas firmaron entonces un acuerdo que declara el campamento «zona neutral». Así que los combatientes del ESL tuvieron que retirarse y retomar su guerra contra Siria en la campiña de los alrededores mientras que los civiles volvían a sus casas, encontrando a su regreso un campamento devastado cuyas escuelas y hospitales habían sido objeto de una destrucción sistemática.
En términos estratégicos, la guerra ya está terminada: el ESL ha perdido todo respaldo popular y no le queda ninguna posibilidad de ganar. Los europeos siguen creyendo que pueden lograr el «cambio de régimen» recurriendo al soborno de oficiales de alto rango y provocando un golpe de Estado, pero ya saben no lo lograrán con el ESL. Los Contras siguen llegando, pero está agotándose el flujo de armas y de dinero. Gran parte del apoyo internacional ha cesado de existir, aunque las consecuencias de ello no se vean todavía en el campo de batalla. Se está produciendo un fenómeno similar al de las estrellas cuyo brillo sigue viéndose cuando en realidad ya están muertas.
Estados Unidos está claramente decido a pasar la página y a sacrificar el ESL. Le dan órdenes estúpidas que envían los Contras a la muerte. Más de 10 000 de ellos han resultado muertos en el último mes. Simultáneamente, en Washington, el National Intelligence Council anuncia cínicamente que el «yihadismo internacional» va a desaparecer próximamente. Otros aliados de Estados Unidos tendrían que preguntarse ahora si la nueva coyuntura no implica que Washington los sacrifique a ellos también.
Thierry Meyssan
Red Voltaire