La última campaña electoral en Israel ha estado dominada por el racismo.
La última campaña electoral en Israel ha estado dominada por el racismo. No se trata sólo de un racismo contra los árabes, que es tan viejo como la existencia de la entidad sionista, sino también de un racismo contra los negros, cuya vida en Israel se está convirtiendo en cada vez más miserable. Según las estadísticas, existen en la actualidad unos 60.000 inmigrantes africanos en la entidad sionista. La mayoría de ellos proceden de Sudán del Sur, Eritrea, Etiopía, Costa de Marfil, Congo y otros países.
La situación de los africanos en Israel, tanto judíos como no judíos, es, en realidad, desesperada. Algunos miles de ellos tienen trabajos de baja calidad, donde son explotados sin escrúpulos por empleadores israelíes. Otros carecen de vivienda y están mendigando en las ciudades israelíes para sobrevivir. A pesar de las afirmaciones sobre la existencia de una ola de crímenes descontrolados en los suburbios del Sur de Tel Aviv, donde viven la mayoría de los africanos, un oficial de la policía, David Gez, ha señalado que el nivel de delincuencia entre esta población era relativamente bajo.
El último episodio de racismo anti-negro fue un video reciente elaborado por el partido religioso Shas -que representa a los judíos de origen sefardí, que irónicamente han estado sometidos históricamente a una discriminación a manos de los judíos de origen europeo (ashkenazis). El video, de cinco minutos de duración, buscaba alimentar el temor a los africanos e incrementar el apoyo al programa anti-inmigración del Shas antes de las elecciones parlamentarias del 22 de enero.
El mensaje del video era que sólo el líder del partido Shas, Eli Yishai, que es, en la actualidad ministro del Interior, es capaz de luchar exitosamente contra la supuesta “amenaza” que representan los inmigrantes africanos, a los que Yishai y otros políticos israelíes se refieren repetidamente con el término de “infiltrados”. En una entrevista con Ynet, Yishai dijo que “la amenaza de los infiltrados no es menos grave que la amenaza nuclear iraní”.
En mayo, Yishai dijo a Maariv que en los meses anteriores, decenas de mujeres israelíes habían sido violadas por “infiltrados” en el sur de Tel Aviv, pero que ellas habían decidido no informar de los ataques para que la gente no creyera que habían “contraído el SIDA”.
El contenido del video no era muy diferente a otros similares elaborados por partidos de extrema derecha europeos. Había en él declaraciones de residentes locales que expresaban su temor por su seguridad y su indignación por una falta de viviendas -todo ello supuestamente debido a la presencia de los inmigrantes africanos. Según Times of Israel, una mujer afirma que que “es culpa de ellos que no haya apartamentos. Es culpa de ellos que la vivienda esté muy cara”. Un hombre se queja de que “mañana los sudaneses continuarán caminando por aquí, continuarán golpeando a la gente, continuarán apuñalando y continuarán violando a nuestras mujeres”.
El narrador del video afirma que los “infiltrados” “controlan los suburbios del sur de Tel Aviv y los de Eilat, Ashdod y otras ciudades” y “suponen una amenaza social, religiosa y de seguridad.” Él continúa diciendo que la mayoría de los inmigrantes africanos son musulmanes y que ellos, por lo tanto, “no creen en el derecho del Estado de Israel a existir”.
Irónicamente, el Shas también denunció los prejuicios racistas de los otros partidos israelíes. Recientemente, Aryeh Deri, el número tres del partido, acusó al Likud-Yisraeli Beitenu de “ser un partido de rusos y blancos” y de mantener prejuicios ostensibles contra los judíos sefardíes, que han sido considerados ciudadanos de segunda clase en la entidad sionista, donde el poder ha estado tradicionalmente en las manos de los judíos ashkenazis, que proceden en su mayor parte de Europa del Este.
Por su parte, el primer ministro Benyamin Netanyahu ha anunciado que desea expulsar a decenas de miles de africanos sin papeles y que la entrada de éstos desde Egipto ha quedado detenida debido a la nueva barrera construida en la frontera con este último país. “Nuestro objetivo es repatriar a decenas de miles de infiltrados hacia sus países de origen,” dijo Netanyahu, que añadió que estaba en contacto con algunos gobiernos de África para “resolver este problema”.
El 23 de Mayo, varios dirigentes del Likud tomaron parte en una manifestación en el empobrecido suburbio de Hatikva, en el sur de Tel Aviv, para protestar contra la presencia de africanos en Israel. Miri Regev pronunció un discurso ante los más de 1.000 concentrados. En él, ella describió a los africanos como “un cáncer en nuestro cuerpo” y prometió hacer todo lo posible para “llevarlos de vuelta adonde pertenecen.” Ella atacó asimismo a los grupos pro-derechos humanos y de izquierda que ayudan a los inmigrantes.
Por su parte, Danny Danon, otro líder del Likud, dijo que la única solución al tema de los “infiltrados” sería el “comenzar a hablar de su expulsión”. “Debemos expulsar a los infiltrados de Israel. No debemos tener miedo a decir las palabras “Expulsión Ahora”,” dijo. Él añadió que los africanos habían creado “un estado enemigo”, cuya capital era Tel Aviv.
Ataques violentos
Poco después de los discursos, tuvieron lugar violentos incidentes. Grupos de manifestantes atacaron las tiendas, propiedades y vehículos pertenecientes a los inmigrantes africanos y golpearon a hombres y mujeres mientras gritaban “Fuera los negros”.
En abril, varios apartamentos donde los africanos residían así como una guardería fueron atacados con cóckteles molotov en Shapira, al sur de Tel Aviv.
El 12 de Julio, un hombre eritreo sufrió graves quemaduras y su mujer embarazada padeció también una inhalación de humo cuando varios atacantes incendiaron su apartamento en el centro de Jerusalén (Al Quds). El incidente, el segundo ataque incendiario contra inmigrantes africanos en la ciudad en seis semanas, tuvo lugar en las inmediaciones del mercado de Mahane Yehuda, informó una fuente policial a AFP.
El gobierno israelí se ha negado a condenar estos ataques contra inmigrantes africanos y, en lugar de ello, los ha utilizado como una excusa para promover su agenda anti-inmigración, que incluye una nueva ley que permite a las autoridades mantener a los inmigrantes indocumentados encerrados durante tres años y encarcelar a aquellos que les ayuden durante un período de hasta 15 años. Según recientes encuestas, uno de cada tres israelíes apoya estos ataques.
Incluso los partidos “de izquierda”, tales como el Laborista, apoyan estas políticas racistas. La líder laborista, Shelly Yachimovich, acusó recientemente al gobierno de “haber fracasado... y dejado que los suburbios se inunden de trabajadores inmigrantes y refugiados... contribuyendo así a desatar pasiones salvajes”. Ella subrayó además la necesidad de “proteger al país de una enorme masa de trabajadores inmigrantes”.
En marzo, Israel comenzó a construir un enorme campo de detención, el mayor del mundo, en el Desierto del Neguev. Esta instalación estará situada cerca de la prisión de Ketziot, donde miles de presos palestinos han sido encarcelados. El campo estará dirigido por el servicio de prisiones israelí y miles de africanos serán encerrados allí. Un portavoz del Ministerio del Interior israelí confirmó que Yishai quería eventualmente encarcelar a todos los miles de inmigrantes africanos que se hallan en la actualidad en la entidad sionista.
Otros inmigrantes han comenzado ya a ser expulsados. El 10 de junio, la policía de inmigración comenzó una operación de detenciones, que estuvo dirigida en un primer momento contra los ciudadanos de Sudán del Sur, pero que se extendió luego a los de Costa de Marfil. Centenares de estos africanos fueron detenidos y alrededor de 240 fueron enviados a Juba, la capital de Sudán del Sur.
No hay duda de que el racismo y la xenofobia están siendo alimentados por el actual gobierno israelí y casi todos los partidos sionistas. Su objetivo principal es desviar la ira creciente sobre el declive del nivel de vida y los cada vez más agudos problemas sociales mediante la promoción de ideas racistas y las demandas para preservar la “identidad judía” de la entidad sionista, en un momento además en el que esta última se está debilitando y se halla más aislada internacionalmente debido a su política sobre los asentamientos.