Poco después de la revolución tunecina, y especialmente la egipcia, el mapa de Oriente Medio cambió. EEUU e Israel perdieron a uno de sus dos principales activos en la región.
Poco después de la revolución tunecina, y especialmente la egipcia, el mapa de Oriente Medio cambió. EEUU e Israel perdieron a uno de sus dos principales activos en la región: el dictador egipcio Hosni Mubarak. Egipto, con su enorme población de más de 80 millones de habitantes, ha sido históricamente un actor clave en Oriente Medio. Sin embargo, el régimen de Mubarak convirtió el país en un estado clientelar de EEUU e Israel. De este modo, un cambio en la política exterior egipcia tendría efectos decisivos para la región. Crearía un poderoso frente diplomático y militar árabe. Israel se vería obligado a pensárselo dos veces antes de agredir a ningún otro país de Oriente Medio.
El otro gran régimen árabe pro-norteamericano, Arabia Saudí, ha perdido a su principal amigo árabe y está muy preocupado por los desarrollos que tienen lugar en Egipto y en su propio patio trasero, es decir Bahrein y Yemen, donde las revoluciones populares han creado un ejemplo que la propia oprimida población saudí podría seguir.
De esta forma, la fractura árabe, impuesta por EEUU, -entre los estados que favorecen a la resistencia y los regímenes clientelares de EEUU- podría quedar superada y éste sería el resultado más sobresaliente de las actuales revoluciones árabes. Si el nuevo gobierno egipcio acaba adoptando una postura que refleje las demandas de la opinión pública árabe y egipcia, Egipto dejará de ser un activo norteamericano, siempre dispuesto a oponerse a Irán, Siria, Hamas y Hezbolá.
Algunos medios de comunicación israelíes y norteamericanos han estado discutiendo abiertamente si un cambio de régimen en Siria compensaría el desastre que la caída de Mubarak significó para Israel. La evidencia de una Siria resurgente y su creciente influencia en la región en los últimos años ha frustrado a los responsables estadounidenses que han estado intentado cambiar las políticas sirias y convencer a este país para que cese su apoyo a Hezbolá, corte su alianza con Irán y ponga fin a su práctica de albergar a los líderes de los grupos de resistencia palestinos. A diferencia de Egipto o Libia, Siria no ha alcanzado tampoco acuerdos con EEUU en temas como el terrorismo y las armas no convencionales. “El comportamiento de Siria no se ha ajustado a nuestras esperanzas y expectativas durante los pasados 20 meses y las acciones de Siria no han respetado sus obligaciones internacionales,” señaló la secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, al diario libanés An Nahar, confirmando así que EEUU no aceptará de Siria menos de una completa servidumbre a sus dictados.
Según algunos analistas, la caída o debilitamiento del régimen sirio tendría un efecto importante en Palestina y serviría para aislar a Hamas en Gaza. Además, Irán perdería a su principal aliado en el mundo árabe y Oriente Medio. Ellos creen también que la instalación de un régimen títere de EEUU en Damasco tendría su posterior culminación en la transformación de Líbano en un feudo israelí.
Siria es consciente de esta realidad. Poco después de que los disturbios comenzaran en el país, el presidente Bashar al Assad denunció una conspiración inspirada en “su tiempo y forma” por las revueltas en los otros países árabes. El presidente sirio estuvo dispuesto a admitir que la falta de reformas podría ser “perjudicial”, pero aconsejó en contra de cualquier apresuramiento. Él dijo que “la mayoría de los sirios tienen necesidades que no han sido resueltas,” pero añadió que éstas serían abordadas en el momento oportuno.
Los amigos de Siria en Líbano y Palestina fueron rápidos en mostrar su apoyo a Assad. En Líbano, el líder del Partido Socialista Progresista, Walid Yumblatt, dijo que el último discurso del presidente Assad había planteado “horizontes positivos para la reforma”. El número dos de Hezbolá, Sheij Naim Qassem, afirmó que el régimen de Siria estaba “en buena forma” y advirtió que los intentos de expandir el caos en ese país fracasarían.
Por su parte, Anuar Raya, un líder del Frente Popular para la Liberación de Palestina, dijo a la agencia rusa RIA-Novosti que “Siria está jugando un papel fundamental en Oriente Medio como sustentador de las organizaciones de resistencia en el mundo árabe, especialmente en Palestina y Líbano. La desestabilización de este país permitiría a EEUU e Israel restaurar su dominio en la región que ellos perdieron, especialmente después de la Revolución en Egipto.”
La campaña de desestabilización contra Siria es fácilmente percibible en los medios de comunicación norteamericanos. En un reciente artículo de opinión publicado en el Washington Post, un muy conocido ideólogo neoconservador, Elliot Abrams, que fue también un asesor clave sobre Oriente Medio en el Consejo de Seguridad Nacional (CSN) durante la presidencia de George W. Bush, pidió abiertamente un “cambio de régimen” en Siria. Tras insultar al presidente sirio, Bashar al Assad, a quién calificó de “matón,” Abrams afirmó que Siria sería “el siguiente régimen en caer” en Oriente Medio.
Utilizando el sectarismo como su arma de elección contra Siria. Abrams afirmó que un nuevo régimen en Siria estaría controlado con toda seguridad por la mayoría sunní. Un gobierno sirio dominado por los sunníes, afirmó, “nunca mantendría” estrechas relaciones con Irán y Hezbolá, e Irán “perdería” a su aliado árabe y su acceso terrestre a Hezbolá. Sin embargo, cabe señalar que los otros analistas pro-israelíes se muestran en desacuedo con este punto de vista y temen que el cambio de regimen en Egipto, Jordania y Siria pueda resultar en lo que los medios israelíes han calificado de “anillo sunní”, que reforzaría la influencia de los Hermanos Musulmanes sobre los acontecimientos en la región.
Abram también pidió a la Administración Obama que tome medidas económicas y diplomáticas similares a las adoptadas en contra de Libia antes de la intervención militar de EEUU y la OTAN con el fin de debilitar el poder de Assad y fortalecer a la oposición. Durante la guerra entre Israel y Hezbolá de 2006, Abrams pidió a Israel que ampliara su campaña de bombardeos para incluir objetivos situados dentro de Siria, una posición que fue también apoyada por otros neocons de fuera de la Administración.
Una opinión similar fue la mostrada por un editorial del Wall Street Journal, que pidió a Washington que apoyara a la oposición “de tantas maneras como sea posible”. “Es imposible saber quién sucederá a Assad si su régimen, que descansa sobre el apoyo de la minoría alawí, cae, pero es difícil imaginar muchos escenarios que sean peores para los intereses norteamericanos (que la continuación del régimen de Assad),” afirmó el editorial.
El senador republicano John McCain y el senador independiente Joe Lieberman, uno de los belicistas sionistas más notorios del Congreso de EEUU, afirmaron que el esfuerzo de Obama para negociar, en vez de aislar, a Damasco “había conseguido poco” y manifestaron que era ya el momento de apoyar a la oposición en contra del régimen de Assad. Ambos dijeron que Washington “debe hablar alto y claro” en contra del régimen sirio.
El senador republicano, Jon Kyl, un fuerte crítico de todos los esfuerzos estadounidenses realizados para acercarse a Damasco, dijo que Washington debería exigir la dimisión de Assad y pidió al embajador norteamericano en Siria, Robert Ford, que “investigue” la respuesta de Assad ante los disturbios. Kyl afirmó que Siria se oponía “a los intereses nacionales vitales de EEUU” citando su apoyo a Hezbolá y Hamas.
Israel ha aprovechado también la revuelta siria para presentar a Siria como un socio indigno de confianza en cualquier posible negociación sobre el futuro de los Altos del Golán, un trozo de territorio sirio que aquel conquistó en la guerra de 1967. Ha habido un continuo incremento en el número de asentamientos judíos en los Altos del Golán en los más de 40 años de ocupación e Israel ha dejado claro que no está dispuesto a respetar las resoluciones de la ONU que le obligan a retirarse de este territorio. El ministro de Exteriores israelí, Avigdor Lieberman, que es también líder del partido ultraderechista Yisrael Beiteinu, se opone con vehemencia a cualquier retirada, incluso a una parcial, del Golán. El objetivo del gobierno de Israel de crear un Gran Israel exige, en última instancia, un conflicto con Siria por el control de la región del Golán y los suministros esenciales de agua que ella contiene.