Ciertamente, la nación árabe pasa por momentos históricos cruciales en todos los órdenes.
Ciertamente, la nación árabe pasa por momentos históricos cruciales en todos los órdenes. La situación sombría que domina en la actualidad la región árabe demuestra la dificultad de superar un pasado de crisis y caminar hacia un futuro que asegure una vida digna y próspera a cada ciudadano.
Olvidamos en la conyuntura actual que el factor de la diversidad geográfica del mundo árabe jugó un papel crucial en la diversidad religiosa y cultural. Esta diversidad no constituye sólo una fuente de riqueza para el mundo árabe, sino que protege a las poblaciones y las comunidades, su convivencia, su interacción y su complementariedad.
Es un error considerar que la diversidad es la razón de las divergencias y las contradicciones entre los seres humanos. Evidentemente, la política privada de valores positivos puede transformar la diversidad en una verdadera catástrofe humana y la religión en un movimiento que sólo busca contemplar a los demás como apóstatas. Y eso es lo que ha hecho la política engañosa en nuestra región. Ella ha provocado todas estas discordias en el marco de la llamada “la primavera árabe”.
Algunos creyeron que los vientos de esta primavera permitirían a los países árabes alcanzar el nivel del “paraíso occidental” y a los pueblos de la región disfrutar de justicia y properidad y el auge que una vez conoció el pueblo de Solomón.
Desgraciadamente, la realidad nos ha empujado a analizar y a estudiar en profundidad todos los desarrollos y los cambios que se han producido en la región árabe en los últimos años, comenzando por Túnez, y esto nos ha llevado a constatar que:
1 – La primavera árabe ha creado tensiones políticas, sociales y culturales sin parangón en la historia moderna.
2 – Ha provocado fuertes contradicciones en el nivel de los intereses y en las relaciones regionales e internacionales.
3 – Ha dado pie a la aparición de una larga lista de ideologías extremas cuyos discípulos adoptan una amalgama de ideas prefabricadas de todo tipo y contrarias a los principios de convivencia entre las diferentes corrientes religiosas y culturales.
Los pueblos y los países de la región han caído en la trampa de la inestabilidad, el caos y el nihilismo y no están a la altura de lo que requeriría una interacción consciente que permitiera una reescritura de la historia de la región sobre una base racional, agrupando la originalidad y los valores de Oriente, por un lado, y la modernidad y los logros civiles de Occidente, por otro.
De este modo, las dos realidades más peligrosas que surgen en el escenario árabe son:
1 – El fin del modelo árabe, en tanto que unidad que agrupaba a los intereses y relaciones árabes.
2 – El declive de la nación islámica en los planos espiritual y del comportamiento y el reforzamiento de la noción comunitarista y de grupo. Esto quiere decir que estamos frente a nuevas condiciones históricas que pueden llevar a la eliminación de la identidad unida de la nación islámica y de la identidad única de la misma.
Todos los musulmanes se preguntan por las causas de la propagación rápida e inmensa del fenómeno del takfirismo (acusaciones de apostasía contra otras corrientes islámicas), del racismo religioso y el reforzamiento del salafismo radical a expansas del espíritu islámico civil y humano. De este modo, toda una generación se forma culturalmente sobre un fondo de rencor y violencia.
Y toda una generación de ulemas extrae su fuerza de la incitación al odio, la provocación y el engaño.
Y toda una generación de políticos asegura la prolongación de su poder mediante el despotismo, la tiranía y la traición.
Frente a esos problemas, no existe ninguna alternativa que favorezca la estabilidad política y social en un momento en el que el enemigo adopta una metodología basada en la dislocación, la división y el desmembramiento. Esta situación no tendrá fin más que con un retorno a la lógica y al espíritu.
Es el mundo árabe el que ha permitido el retorno de la colonización, pero esta vez bajo la forma del takfirismo. Este colonizador ocupa nuestra voluntad, nuestra consciencia y nuestra base cultural y civil. Hemos hecho del eslogan de la glorificación de Al-lah sinónimo de muerte. Hemos importado el peligro y el mal a nuestros países. Pero debemos saber que el takfirismo no permitirá en ningún caso el establecimiento de un estado civil ni la instauración de la seguridad, la estabilidad y una vida digna y pacífica. El takfirismo nos dejará sin ninguna identidad, sin ninguna causa sobre la que construir nuestro futuro. Y si buscamos superar nuestro pasado doloroso no podemos ser obligados a lanzarnos a un futuro incierto y oscuro.