Los dirigentes saudíes creen que la estabilidad en Egipto es necesaria para mantenga la paz con Israel y pueda llevar a cabo una política anti-iraní, lo cual significaría el fracaso del proyecto saudí.
Hoy Egipto se ha convertido en una copia menos sangrienta de Siria; el estado nacional y el Ejército están enfrascados en una confrontación contra el terrorismo y el caos. Sin embargo, existen algunas diferencias entre ambos casos que deberían ser comprendidas con cuidado. En primer lugar, el conflicto político egipcio no tiene causas sectarias, pese a algunos ataques contra iglesias. En segundo lugar, no existe ningún país fronterizo que patrocine el terrorismo interno. Gaza, que proporciona un refugio seguro a los líderes de los Hermanos Musulmanes egipcios, es pequeña y tiene un potencial limitado, y Libia, que se ha convertido en la principal fuente de armas para los terroristas, ya no es un estado. En tercer lugar, Arabia Saudí, que es el promotor principal de la guerra en Siria, está liderando un apoyo árabe efectivo al estado egipcio.
Las élites culturales e intelectuales egipcias -incluyendo intelectuales, escritores, artistas y periodistas etc- han mantenido posiciones de relevancia en el país desde los años ochenta. Ellas se convirtieron en un grupo poderoso frente al proyecto de los Hermanos Musulmanes y dieron legitimidad al levantamiento en contra de estos últimos y su proyecto contra el estado.
El nuevo régimen egipcio, le guste o no, tiene que aliarse con las élites democráticas, nasseristas y de izquierda, como reflejo del equilibrio de poder en el país. De este modo, los grupos que gobiernan hoy Egipto se verán obligados a efectuar concesiones en diferentes campos, como las libertades o el terreno socio-económico.
Hay que tener en cuenta que el apoyo saudí al nuevo régimen de Egipto busca destruir esta situación y conlleva peligros como el establecimiento de una dictadura, la promoción de grupos oligárquicos opuestos al desarrollo y las libertades y la puesta en marcha de políticas de apoyo a los grupos salafistas pro-saudíes.
Los objetivos principales de Arabia Saudí en Egipto son: 1) mantener la política de paz egipcia con Israel; 2) desbancar la influencia de Turquía y Qatar, sus principales competidores en ese país, 3) transformar a Egipto en un aliado, especialmente en contra de Irán; 4) promover el papel de Arabia Saudí como país hegemónico a nivel regional.
Arabia Saudí mantiene una política de doble rasero en relación al terrorismo, al que condena en Egipto y patrocina en Siria. Sin embargo, la postura real saudí es en relación a Israel e Irán. Los dirigentes saudíes creen que la estabilidad en Egipto es necesaria para que El Cairo mantenga la paz con Israel y pueda llevar a cabo una política anti-iraní o que al menos evite un acuerdo entre Egipto e Irán, lo cual significaría el fracaso de todo el proyecto saudí y de los países del Golfo. Por otro lado, ellos consideran el derrocamiento del gobierno sirio como un deber debido a su enemistad hacia Israel y su alianza con Hezbolá e Irán.
En Egipto, donde existe un dinámico y poderoso movimiento popular, las políticas internas y externas son decididas por el Ejército y su hombre fuerte, Abdel Fattah al Sissi. Sin embargo, el equilibrio de las interacciones internas podría llevar a cambios -no dramáticos, pero sí importantes- en el campo de la política exterior. Se espera que las relaciones entre Egipto y EEUU sufran un declive o, al menos, queden estancadas. El crecimiento del poder del movimiento nacional podría llevar también a la congelación de relaciones con Israel, en lugar de reforzarlas. Todo esto no permitirá crear una atmósfera antiiraní, como busca Arabia Saudí, a menos que Teherán cometa el error de enfrascarse en un apoyo a los Hermanos Musulmanes, en el contexto de un apoyo al “Despertar Islámico”, que ha demostrado ser sectario (anti-shií) hasta la médula.
Nahed Hattar – Al Akhbar