responsables estadounidenses y analistas independientes están cada vez más preocupados por los efectos de la crisis egipcia en los vínculos estadounidenses con Arabia Saudí.
Mientras la Administración del presidente Barack Obama continúa debatiendo como reaccionar al golpe militar en Egipto y los sucesos sangrientos que le han seguido, responsables estadounidenses y analistas independientes están cada vez más preocupados por los efectos de la crisis egipcia en los vínculos estadounidenses con Arabia Saudí.
El fuerte apoyo del reino al golpe en Egipto parece haber alentado al jefe del Ejército Abdul Fattah al Sissi a adoptar una política más dura hacia los Hermanos Musulmanes y a resistir las presiones occidentales para que adopte una postura más conciliadora. EEUU y algunos países europeos temen que la situación en Egipto derive hacia un conflicto civil armado, como ya sucede en el Sinaí.
Junto a los Emiratos Árabes Unidos y Kuwait, Arabia Saudí no sólo prometió después del golpe del 3 de Julio, que derrocó al presidente Mohammed Mursi, una financiación que alcanzaría los 12.000 millones de dólares (en el conjunto de los tres países), sino que también se comprometió a compensar cualquier ayuda occidental perdida, incluyendo los 1.500 millones de asistencia militar anual estadounidense en el caso de que Washington decidiera suspenderla.
Algunos expertos apuntan al lenguaje especialmente duro del rey saudí Abdulá bin Abdul Aziz en contra de las críticas estadounidenses a la represión en Egipto, que ha causado unos 1.000 muertos. El monarca afirmó estar en contra de “aquellos que tratan de interferirse en los asuntos internos de Egipto” y que critican la represión contra los “terroristas”, en referencia a los miembros de los Hermanos Musulmanes.
Bruce Riedel, un antiguo analista de la CIA especializado en el Oriente Medio, destacó los ataques “sin precedentes” del rey Abdulá contra EEUU, incluso aunque evitara citar a ese país por el nombre.
Charles Freeman, un funcionario del Departamento de Estado que sirvió como embajador en Riad durante la Guerra del Golfo, se muestra de acuerdo con esa evaluación. “No puedo recordar ninguna declaración tan abiertamente crítica como ésa,” dijo a IPS. Él cree que la declaración supone la culminación de dos décadas de creciente exasperación saudí hacia la política de EEUU en la región, especialmente hacia Iraq, donde la mayoría shií logró controlar el gobierno tras la invasión estadounidense en 2003 para consternación del régimen saudí, y hacia Egipto, donde EEUU abandonó a su suerte al antiguo dictador, Hosni Mubarak, que disfrutaba del apoyo saudí.
“Durante las pasadas siete décadas, los saudíes han visto a los estadounidenses como sus patronos a la hora de afrontar los desafíos en su región”, dijo Freeman. “Sin embargo, en la actualidad la asociación del régimen de los Al Saúd con EEUU no sólo ha perdido la mayor parte de su encanto y utilidad, sino que, desde la perspectiva de Riad, se ha convertido en contraproducente en casi todos los aspectos”.
El resultado, según Freeman, ha sido “que Arabia Saudí ya no considera a EEUU un protector fiable y busca defender sus puntos de vista de forma unilateral y actúa de ese modo”.