Putin son objeto desde hace varios días de decenas de artículos en la prensa occidental que saludan, a regañadientes, la maniobra diplomática que ha permitido al Kremlin tomar en su mano el dossier sirio.
Rusia y su presidente, Vladimir Putin, son objeto desde hace varios días de decenas de artículos en la prensa occidental que saludan, a regañadientes, la maniobra diplomática que ha permitido al Kremlin tomar en su mano el dossier sirio y cortar la hierba bajo los pies de Barack Obama y François Hollande.
Hipnotizados por el dossier de las armas químicas y la problemática de salida de la crisis, los periodistas no han, sin embargo, advertido que el éxito ruso tiene múltiples facetas, que van más allá del horizonte inmediato, el de los ataques evitados y un frágil amago de arreglo político. En este sentido, cabe señalar que los industriales rusos de la defensa tienen también mucho de que regocijarse.
En este sentido, la derrota franco-estadounidense se debe tanto a los sistemas de defensa antiaéreos rusos que equipan al Ejército sirio como a la habilidad diplomática de Lavrov y a la firmeza de Putin. Si desde hace dos años y medio Occidente amenaza, sin nunca pasar a la acción, es porque en Washington y París saben bien que una reedición de las operaciones aéreas que se produjeron en Serbia o en Libia no es posible en Siria, a menos de aceptar pérdidas elevadas, tanto desde el punto de vista de los aviones de combate como de los pilotos.
Los parámetros de la guerra aérea ya no son los mismos que los que había en la crisis de Kosovo en 1999. De los 3.000 metros de altitud en aquella época, el nivel de seguridad ha pasado a los 10.000 metros en Siria, o incluso a los 14.000 o 15.000, según las configuraciones. En lo que se refiere a la potencia de las armas sirias, ellas son capaces a obligar a todo avión a atacar su objetivo a más de 50 kms de distancia a fin de operar fuera del alcance de la amenaza. Las potencias occidentales hacen frente a una defensa antiaérea moderna, que dispone de misiles y radares potentes, complementarios y redundantes. Éstos constituyen un tejido denso difícil de neutralizar sin aceptar riesgos e importantes daños colaterales así como una larga campaña aérea.
En este contexto, la cobertura realizada a propósito de la entrega o no a Damasco del sistema antiaéreo S.300 hace sonreír. Aunque son misiles muy eficaces, ellos no cambiarían nada, en definitiva si estuvieran presentes en la zona. Esto haría más improbable todavía una operación aérea, aunque no podrían oponerse a un ataque llevado a cabo a distancia con misiles como los Tomahawk estadounidenses y los Scalp franceses. Al anunciar que renunciaba a entregar esos misiles, Putin ha convencido a la opinión pública de que estaba haciendo un gesto de apaciguamiento, mientras que no concedía nada en el fondo, salvo desde el punto de vista israelí, pero es otro tema.
La lección que ha sido extraída por todos los regímenes susceptibles, a medio o largo plazo, de ser amenazados por EEUU y sus aliados es que todo estado que disponga de una defensa antiaérea eficaz posee un poder real de disuasión frente a las potencias occidentales, a las que repugna cada día más implicarse en conflictos de alta intensidad. Y el único país que es capaz de suministrar estos medios de defensa es, por el momento, Rusia y, en particular, el grupo Almaz-Antey.
Esta compañía, especialista en defensa antiaérea y antimisiles, es el líder mundial del sector. La empresa alcanzó una cifra de negocios de 5.724 millones de dólares en 2012, lo que supone un 62% de incremento frente al año anterior. Ella ocupa el puesto 14 entre las 100 primeras empresas del sector de la defensa, según la clasificación realizada por el semanario estadounidense Defense News. La empresa es la fabricante del famoso S-300 y desarrolla ahora una serie de proyectos susceptibles de multiplicar las capacidades de las defensas futuras, tales como los sistemas S-400, S-500, Morfei etc. Estos equipos son tomados muy en serio por el conjunto de observadores extranjeros.
Ciertamente, la prioridad, por el momento, es la modernización de las capacidades de defensa rusas y no la exportación. Sin embargo, no es menos cierto que toda regla tiene excepciones. Y las apuestas financieras y diplomáticas son tales que es probable que Rosoboronexport, la empresa de exportación de armamentos rusa, pueda convencer al Kremlin de la necesidad de aprovechar las oportunidades que se ofrecen. Éstas son colosales. Iraq y Libia, después de haber congelado los contratos de armamento con Rusia por un montante de unos 8.000 millones de dólares, parecen ahora dispuestos a revisar su posición. Estos contratos incluyen los sistemas antiaéreos para los iraníes, si un acuerdo se alcanza para resolver el litigio planteado por Teherán tras la anulación del contrato para la venta de los misiles S-300. En tal caso, Irán podría adquirir finalmente los misiles tan codiciados y la lista de proyectos se alarga.
El futuro se augura, pues, radiante para Almaz-Antey y las exportaciones de armas rusas. Tanto más que el mercado de la defensa antiaérea “tradicional” va a ser, sin duda, suplantado en los próximos años por el de la defensa antimisiles balísticos, ya que numerosos estados se consideran amenazados por la proliferación de misiles tierra-tierra. En este tema, Rusia ostenta una posición puntera, Ella dispone, pues, de sólidas oportunidades de conquistar una parte importante de un mercado extremadamente lucrativo y, una vez más, crucial desde el punto de vista de las apuestas diplomáticas.
Philippe Migault, director de investigación del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS) – RIA Novosti