Periodistas y analistas vinculados al dinero de Arabia saudí y que trabajan desde hace años en la difusión de la propaganda y la defensa de los intereses del reino están planteando 3 razones que explican el enfado de Riad
Periodistas y analistas vinculados al dinero de Arabia saudí y que trabajan desde hace años en la difusión de la propaganda y la defensa de los intereses del reino están planteando 3 razones que explican el enfado de Riad. Dos de esas razones parecen sinceras. Pero la tercera, tan antigua como las relaciones entre Estados Unidos y el reino de los Saud, no tiene otro objetivo que sembrar la confusión.
En primera línea de esas razones se hallan las declaraciones del secretario de Estado en Londres. John Kerry dijo allí que la cólera del reino de los Saud se debe a la decisión de Washington de cancelar su ataque militar directo contra Siria. Eso quiere decir que Arabia saudí predicaba una guerra global que habría conducido –según los expertos– a la destrucción de las principales infraestructuras sirias y provocado la muerte de decenas de miles de personas, sin mencionar otros miles de heridos y millones de refugiados y desplazados. El objetivo de tales incursiones militares era sacar del estancamiento la guerra a través de intermediarios que Arabia saudí ha desatado contra Siria, mediante el uso de las bandas takfiristas.
Los saudíes sabían que la administración Obama había movilizado su flota y fijado el día y hora de la agresión. Pero se vio obligada a retroceder en el último momento, cuando los radares rusos detectaron los dos misiles balísticos disparados en el Mediterráneo. La agresión se estrelló contra una serie de ecuaciones imposibles de desafiar e impuestas por sólidas voluntades, basadas fundamentalmente en la decisión de Siria de defenderse a cualquier precio, en la excepcional valentía del Eje de la Resistencia, o sea Irán y el Hezbolá, y en el fuerte respaldo del aliado ruso. Este último coronó su diplomacia disuasiva con la iniciativa sobre el arsenal químico, garantizando así a Estados Unidos una salida aceptable.
En ese contexto, resulta ilógica la actitud de Arabia saudí ya que es «América» quien toma las decisiones, da órdenes y fija los objetivos. El reino no pasa de ser un simple ejecutor. Siempre ha sido esa la regla. Y cuando el rey Faisal se atrevió a transgredirla, durante la guerra de 1973, simplemente fue liquidado.
El reclamo saudí a favor de la destrucción de Siria es vergonzoso. El viejo reino, podrido en dinero, carece sin embargo de medios para modificar los equilibrios regionales e internacionales que obligaron al presidente Obama a dar marcha atrás. Así que el enfado de Arabia saudí no tendrá en la práctica otra consecuencia que la de que el reino siga aportando su respaldo a las bandas terroristas en Siria y estimulando a sus agentes, unificados en fachadas políticas, para que retrasen Ginebra 2. Ese juego podrá continuar mientras Estados Unidos siga evadiendo el compromiso de acabar con el respaldo al terrorismo en Siria y hasta que el Ejército Árabe Sirio logre asestar el golpe final a las banda financiadas, armadas y estimuladas por el príncipe Bandar Ben Sultan, bandas que cuentan en sus filas a miles de saudíes.
La cólera saudí ante el acercamiento entre Estados Unidos e Irán es un gesto de desesperación ya que la decisión estadounidense de iniciar un diálogo con la República Islámica se produce al cabo de 3 décadas de bloqueo, sabotaje, sanciones, presiones y campañas iniciadas por Riad e Israel. Ese periodo se vio marcado por grandes guerras –tanto enfrentamientos militares directos como enfrentamientos diplomáticos– que no lograron quebrantar la voluntad de resistencia de Irán, de su pueblo y sus dirigentes. Por el contrario, su tenacidad ha obligado a Occidente a reconocer a Irán como potencia regional y actor internacional.
Desde la primera guerra del Golfo, la invasión del Líbano por parte de Israel, la invasión de Irak, la guerra contra Siria, y pasando por las agresiones contra Gaza y la guerra de julio de 2006 contra el Líbano, los proyectos occidentales e israelíes han fracasado de forma lamentable. Estados Unidos no puede hacer otra cosa que aprender la lección de todos esos reveses y entender que su única opción es recurrir al diálogo. A Arabia saudí tampoco le queda tiene otro camino y sus pataletas y gesticulaciones histéricas no van a modificar esa realidad.
La tercera razón que invocan los plumíferos a sueldo de los saudíes, cuando dicen que la cólera del reino se debe al hecho que Estados Unidos pone los intereses de Israel por encima de todo lo demás, es un chiste que sólo puede provocar risa. Todo el mundo sabe que el reino wahabí ha sido el más fiel servidor de los intereses de Estados Unidos e Israel. Todos saben y recuerdan que la primera guerra del Golfo –cuyo objetivo era desangrar a Irán y debilitarlo– se financió durante 8 años con el dinero de los petrodólares, que fueron también muy generosos con las guerras israelíes contra la Resistencia libanesa. El hecho de haber tomado como blanco al presidente sirio Bachar al-Assad desde hace 13 años constituye también el mayor servicio que Arabia saudí le haya podido prestar a Israel.
Desde la fundación del reino de los Saud, ese país se ha dedicado a servir los objetivos que le han fijado las potencias colonialistas e imperialistas, en detrimento de los intereses de los pueblos de la región.
El intento [de Arabia saudí] de introducir en su enfado la dimensión israelí no puede engañar a nadie ya que, a lo largo de décadas, Arabia saudí no ha movido ni un dedo para detener la colonización de la tierra de Palestina ni por proteger la Mezquita al-Aqsa, en Jerusalén. Pero sí está dispuesta a sumir toda la región en los horrores de una guerra total con tal de combatir a Irán, aunque para ello sea necesario exacerbar como nunca antes la discordia entre sunníes y shiíes.
Ghaleb Kandil – Tendance d´Orient y Red Voltaire