La propaganda anti-shií difundida por personalidades religiosas sunníes patrocinadas o afincadas en Arabia Saudí y las monarquías del Golfo ha creado los ingredientes de una guerra civil sectaria.
La propaganda anti-shií difundida por personalidades religiosas sunníes patrocinadas o afincadas en Arabia Saudí y las monarquías del Golfo ha creado los ingredientes de una guerra civil sectaria que englobaría a todo el mundo musulmán.
Iraq y Siria han sufrido la mayor parte de la violencia, y la mayoría de las 766 víctimas civiles en Iraq en diciembre fueron peregrinos shiíes asesinados por kamikazes del Estado Islámico en Iraq y Siria (EIIS), vinculado a Al Qaida.
La hostilidad de esta organización, que opera desde Bagdad a Beirut, es extrema hasta el punto que el mes pasado ella tuvo que presentar sus excusas por haber decapitado a uno de sus combatientes heridos en Alepo porque ellos creyeron, de forma equivocada, que él había murmurado el nombre del Imam Hussein (el nieto del Profeta Muhammad) mientras que estaba echado en una camilla.
La utilización hábil de Internet y el acceso a las cadenas de televisión por satélite basadas en los estados árabes del Golfo han servido para expandir Al Qaida por todo Oriente Medio.
El pasado año, el EIIS se convirtió en la fuerza militar más potente en Iraq y en Siria debido, en parte, a su capacidad de reclutar a kamikazes y combatientes fanáticos a través de las redes sociales.
Las cadenas de televisión por satélite y varias páginas en YouTube y Twitter, a veces financiadas por los países del Golfo, están en el centro de una campaña para propagar el odio sectario por todos los confines del mundo musulmán, incluyendo aquellos en los que los shiíes son una minoría vulnerable, como sucede en Libia, Túnez, Egipto y Malasia.
En efecto, en Bengasi, la capital del este de Libia, un grupo takfiri ha puesto en circulación un vídeo de la ejecución de un profesor iraquí, que admitió ser shií, afirmando que se trataba de una venganza por la ejecución de terroristas de Al Qaida en Iraq.
La propaganda del odio es a menudo sangrante y llama abiertamente a una guerra religiosa.
Una estación por satélite anti-shií mostró recientemente el vídeo de un encuentro de jefes religiosos shiíes, principalmente de Irán, Iraq y el Líbano, y les calificó de “seguidores de Satanás”.
En él, se decía: “¡Oh musulmanes sunníes! ¿Cuando tiempo vais a esperar mientras que vuestros hijos son colgados en Iraq? ¿No es ya la hora de romper las cadenas?”. Otra imagen mostraba a cadáveres en uniforme con el título de “El destino reservado al ejército de soldados shiíes sirios”.
Uno de los ejemplos de vídeos más inflamatorias en YouTube es un sermón de Nabil al Awadi, un religioso kuwaití, que cuenta con 3,4 millones de adeptos en Twitter. Su discurso está consagrado al “más grade complot contra el mundo musulmán”, que según él, ha sido “urdido en Qom (la ciudad santa shií de Irán)”. Este complot, afirma, busca “eliminar a la nación islámica y profanar la Kaaba ladrillo a ladrillo”.
El prestigio y la popularidad creciente de Hezbolá, tras la agresión israelí de 2006, puede explicar el por qué los gobiernos del Golfo han promovido una intensificación de los ataques sectarios contra los shiíes. Estos gobiernos, que promueven la guerra en Siria, temen también la creciente fuerza y poder de Irán en la región.
De este modo, los medios sociales, la televisión por satélite, Facebook y YouTube se han transformado en canales para expandir el odio y el miedo.
Los combatientes en Siria, Iraq, Libia, Yemen y otros países que son proclives a la violencia extraen su conocimiento del mundo a menudo a partir de un número limitado de predicadores y comentaristas fanáticos que operan en Internet y que llaman a una “guerra santa” de los sunníes contra los shiíes. A menudo, estas mismas personas juegan un papel crucial en el envío de jóvenes voluntarios para combatir y morir en Siria e Iraq.
Un estudio reciente de los combatientes rebeldes muertos en Siria, elaborado por Aaron Zelin, del Centro Internacional para el Estudio de la Radicalización, mostró que 267 de ellos procedían de Arabia Saudí, 201 de Libia, 182 de Túnez y 95 de Jordania.
La amplia mayoría de ellos se unieron al EIIS y el Frente al Nusra, dos organizaciones takfiris sectarias. Los combatientes extranjeros, que se inspiran en los vídeos de atrocidades, combaten en Siria o acaban a menudo como kamikazes en Iraq. El numero de ellos ha aumentado de forma espectacular en los últimos 12 meses.
Los saudíes y las monarquías del Golfo han creado, pues, un monstruo de Frankenstein sectario y extremista, compuesto de fanáticos religiosos y que escapa a todo control.