El comportamiento de Arabia saudí en la región está siendo objeto de un seguimiento particularmente intenso desde que la dinastía de los Saud se ha convertido en principal fuente de la escalada.
Pero la cólera y la decepción por sus derrotas en Siria no son lo único que explica la determinación de los Saud en utilizar y respaldar a los grupos takfiris en toda la región, en el marco de una campaña global que amenaza al mundo con una nueva generación de terroristas. Esa misma carta terrorista ya fue utilizada, hace 40 años, por Estados Unidos, socio del reino wahabí, antes del retroceso de la influencia estadounidense.
Una de las principales causas del comportamiento saudí reside en factores internos. La difusión del pensamiento extremista sirve para desviar la atención de la juventud saudí de forma que no piense en pedir cuentas a la dinastía, aliada de Occidente, que controla todas las riquezas del país y lleva un tren de vida caracterizado por la opulencia más extrema y el mayor desenfreno.
Casi se ha olvidado el incidente de la ocupación de la Kaaba en La Meca, el 20 de noviembre de 1979, durante la primera insurrección desatada por un grupo takfiri surgido del núcleo mismo de la institución wahabí. Aquel movimiento estuvo encabezado por Yuheiman al-Oteiby, hombre proveniente de las filas de la Guardia Nacional y que había estudiado, al igual que sus camaradas, en los institutos religiosos oficiales wahabíes. Prácticamente se ha olvidado aquella rebelión, ahogada en sangre, porque se trataba de un grito de protesta en contra de la corrupción y la injusticia del sistema saudí. El llamado de al-Oteibi a considerar apóstata el régimen saudí encontró un eco favorable entre la juventud y los rebeldes reclutaron cientos de jóvenes dispuestos a tomar las armas para tomar por asalto la Kaaba. Las fuerzas de seguridad no lograron controlar la situación y Riad tuvo que alquilar los servicios de las fuerzas especiales de Francia para aplastar la insurrección.
Un año después del movimiento de al-Oteiby, la familia Saud, en cooperación con Estados Unidos, desencadenaba la primera ola de terrorismo takfiri en Afganistán y financiaba el armamento de la Hermandad Musulmana en Siria en su guerra contra el Estado sirio, que se había pronunciado resueltamente contra los acuerdos de Camp David. Riad y Washington legitimaban así el primer núcleo de las redes de Al Qaida, fruto de la cooperación entre Occidente y los Saud. A esa nebulosa terrorista se le asignaron misiones en Chechenia, en Bosnia, Somalia, Sudán, Argelia, Yemen, Iraq, Líbano, Irán, Siria y otros países. Todas esas guerras, financiadas por Arabia saudí, han servido las estrategias estadounidenses y, al mismo tiempo, han permitido desviar la atención de los miles de jóvenes wahabíes enviados a practicar la Yihad en tierras lejanas, entre las que no se hallaba –claro está– la tierra palestina.
Uno de esos jóvenes era Mayid al Mayid, el jefe de las Brigadas Abdulá Azzam, la rama de Al Qaida que reclamó la autoría del doble atentado suicida perpetrado el 19 de noviembre de 2013 contra la embajada de Irán en Beirut. Las circunstancias de la captura y posterior muerte de Mayid son muy sospechosas. El Ejército libanés demoró 9 días en confirmar oficialmente su arresto y al día siguiente del anuncio dijo que había muerto como consecuencia del deterioro de su estado de salud.
Arabia saudí ejerció fuertes presiones para obtener su extradición, por temor a que revelara los nombres de los príncipes y jeques saudíes que lo financiaban y le impartían órdenes.
Varios artículos de la prensa libanesa habían advertido sobre la posibilidad de que Mayid fuera eliminado en el hospital para impedir que hiciese revelaciones incómodas. Y tenían razón. Después de su muerte, el diputado iraní Mohammad Hassan Ashgari declaró que las confesiones de Mayid habrían sido acusatorias para Arabia saudí.
Los Saud siguen temiendo al espectro de Yuheiman al-Oteibi, quien tomó las armas contra una dinastía que utiliza descaradamente la religión para someter y cegar a los pobres, con el fin de seguir acaparando para sí misma las inmensas riquezas petroleras del país.
Ghaleb Kandil – Tendances d´Oriente y Red Voltaire