El señor Jarba anunció que él no participaría personalmente en las negociaciones, sin precisar quién dirigirá entonces su delegación.
La apertura de Ginebra 2 no tuvo mucho que ver con una conferencia diplomática. Fue más bien un gran show transmitido por televisión al mundo entero. En realidad, cada orador se dirigió a una fracción de la opinión pública, generalmente a la de su propio país o a la de algunos aliados, sin preocuparse necesariamente por lo que vendría después. Lo que cada cual recordará de ese momento será además completamente diferente, según la perspectiva que adopte el analista, en términos de relaciones públicas o de búsqueda de la paz.
Aparentemente, la delegación siria se extendió demasiado al hacer uso de la palabra y la de la oposición exigió la dimisión de Assad, con el marcado respaldo de la delegación estadounidense. Cualquiera creería que Damasco estaba a punto de abdicar.
Sin embargo, la prensa occidental no se dejó engañar por el espejismo. Mientras Kerry afirmaba solemnemente que nadie podía imaginarse a Bashar al Assad encabezando un gobierno de transición, varios miembros de su equipo se presentaban en la sala de prensa para explicar a los periodistas que una Siria sin Assad sería peor que con él. Y retomaban la argumentación ya presentada en el New York Times por el embajador Ryan C. Crocker. Todos comprendieron, a partir de ese momento, que el discurso del secretario de Estado estaba destinado únicamente a calmar a sus aliados saudíes.
La delegación de la Coalición Nacional denunció de forma convincente los «crímenes del régimen» y exigió todo el poder para sí misma, comprometiéndose a respetar las minorías. Pero su enfático discurso no resiste más allá de unos pocos minutos de discusión. Por eso tuvo que apoyarse en un informe, publicado sólo 2 días antes, donde se acusa al gobierno de haber asesinado 11 000 personas bajo la tortura, documento presentado como un «informe independiente» cuando en realidad se trata de un enésimo instrumento de la propaganda qatarí. Además, todo el mundo debe estar preguntándose por qué la Coalición respetaría en el futuro las minorías que ha estado persiguiendo durante la guerra.
Después de terminar su espectáculo, el señor Jarba anunció que él no participaría personalmente en las negociaciones, sin precisar quién dirigirá entonces su delegación.
Sobre ese punto, la prensa occidental tampoco se ha dejado engañar. Todo el mundo entendió perfectamente que el señor Jarba es capaz de leer bastante bien los discursos que sus patrones le ponen delante, pero el papel de negociador le queda grande, sobre todo frente a una delegación siria que se compone de profesionales calificados. Y más allá del problema de la capacidad, la situación del señor Jarba no es nada envidiable: se presentó como vencedor de una guerra que en realidad ha perdido y dijo hablar en nombre de un pueblo que lo ignora. Y es que cuando la Coalición habla, no representa más que a sí misma. Sus principales componentes han salido de ella y su gobierno en el exilio dimitió, dejando solos en la Coalición a la Hermandad Musulmana y Arabia Saudí.
Lo que sí recuerdan todos es la primera intervención, la de Serguei Lavrov, quien señaló discretamente que el Comunicado de Ginebra y la resolución 2118 del Consejo de Seguridad de la ONU, los dos documentos en los que se basa la actual conferencia, estipulan que todos los grupos políticos sirios tendrían que estar representados en Ginebra 2. Sin embargo, a pedido de Washington, sólo se invitó a lo que queda de la Coalición. El ministro ruso de Relaciones Exteriores precisó además que espera que, a pesar de su ausencia en la sesión de apertura, la oposición patriótica interna sea asociada a las negociaciones.
Sólo entonces comenzará la verdadera conferencia.
Thierry Meyssan – Red Voltaire