27-11-2024 03:52 PM Tiempo de Jerusalén

Washington sigue maniobrando en Siria y Ginebra

Washington sigue maniobrando en Siria y Ginebra

El embajador estadounidense Robert S. Ford ya no está al mando de la delegación de la «oposición» y se ignora quién está ahora a cargo del tema sirio por Washington.

La segunda parte de la Conferencia Ginebra 2 se inició en un tono muy diferente a la primera. El embajador estadounidense Robert S. Ford ya no está al mando de la delegación de la «oposición» y se ignora quién está ahora a cargo del tema sirio por Washington. En todo caso, esa delegación llegó con una «Declaración de principios básicos» con la que se busca devolverle a Damasco la trampa que Walid Mualem le había tendido a su contraparte en la primera parte de la conferencia: obligarlo a responder en su propio terreno. Damasco quería hablar de lucha contra el terrorismo. La «oposición» le responde con una descripción detallada de la composición y la misión del Órgano de Gobierno de Transición.

La jugada es tanto más interesante cuanto que, en la primera parte de la Conferencia, el señor Mualem se dirigía a la opinión pública interna siria y, a veces, al mundo árabe, pero nunca a los occidentales. Para alcanzar a ese público, hubiese tenido que comenzar invocando el derecho internacional antes de abordar la manera de lograr su aplicación, o sea luchando contra el terrorismo. Pero, al tratar de demostrar en primer lugar la legitimidad de Damasco, se dedicó a mostrar los crímenes que perpetran los yihadistas respaldados por la «oposición» y los objetivos coloniales de John Kerry.

Ocupando el terreno libre, Estados Unidos dictó a la «oposición» una Declaración que se basa en las resoluciones del Consejo de Seguridad y en el Comunicado Final de Ginebra 1, o sea en textos aceptados por todos los Estados que apadrinan la conferencia de paz.

Esta Declaración describe primeramente cómo debería ser el Órgano. Sería, por supuesto, neutral, inclusivo –o sea, que estarían incluidos todos los componentes de la sociedad siria–, pacífico –o sea, que pondría fin a la guerra– y garantizaría la integridad territorial del país. Su función consistiría en crear un entorno que permita al pueblo elaborar por sí mismo su constitución y designar sus instituciones.

El primer problema de esta Declaración es que contradice la práctica de los grupos armados. Mientras la Coalición Nacional utiliza una retorica perfectamente democrática, los grupos que luchan en el terreno martirizan constantemente a las minorías y tratan de imponer una organización social de corte salafista. Cierto es que la mayoría de esos grupos no reconocen la autoridad de la Coalición. Pero esta última no tiene más legitimidad que las acciones de esos grupos.

En todo caso, esa es la hipocresía que se vive desde el inicio de la crisis: quienes más hablan de la democracia en Siria son los soberanos absolutistas de las dictaduras del Golfo.

El segundo problema de la Declaración es la manera de determinar quién entra a formar parte del Órgano de Transición. Lo que quiere Washington es imponerlo, como ya lo hizo en muchos otros países. Washington concibe por lo tanto Ginebra 2 como la conferencia de Bonn sobre Afganistán, lo cual significa que las grandes potencias negociarían entre sí y designarían un Karzai sirio.

Damasco, por el contrario, sigue citando el Comunicado Final de Ginebra 1, donde se estipula que «Es al pueblo sirio a quien corresponde determinar el futuro del país». Por lo tanto, no es solamente la nueva constitución lo que habría que someter a un referéndum sino que el resultado mismo de Ginebra 2 sólo puede aplicarse si lo ratifica el presidente Assad, quien se ha comprometido a someterlo a un referéndum.

Este último señalamiento saca a relucir el problema de la legitimidad de la delegación de la «oposición». Como observó Serguei Lavrov en su declaración de apertura de la conferencia, la composición actual de esa delegación contradice el Comunicado de Ginebra 1. Ese texto estipula que «El proceso deberá ser enteramente abierto para que todos los sectores de la sociedad siria puedan expresar su opinión durante la elaboración del arreglo político para la transición». Pero la delegación de la «oposición» se limita únicamente a la Coalición Nacional, que ni siquiera cuenta con el respaldo de la mayoría de sus miembros.

El tercer problema de la Declaración es que proporciona a Washington la posibilidad de organizar una sucesión como la que ya orquestó en Serbia, o sea organizando una «revolución de color». La guerra de Kosovo terminó con un cese del fuego seguido de elecciones en Serbia. Mediante una hábil campaña psicológica, la CIA forzó la elección de un pro-estadounidense. Después organizó el arresto de Slobodan Milosevic y su envío a La Haya para juzgarlo por crímenes de guerra. Dos años más tarde, como el Tribunal no encontraba pruebas que justificaran las acusaciones, Milosevic fue asesinado en su celda. A fin de cuentas, los serbios fueron a la guerra inútilmente ya que perdieron Kosovo y hoy están siendo gobernados por los mismos que los bombardearon.

La Declaración encierra una extraña contradicción: afirma que la ONU debe desplegarse en toda Siria desde el inicio de la transición, pero la mantiene al margen del proceso. La Declaración afirma que la supervisión de la transición estaría en manos de las «organizaciones independientes de la sociedad civil internacional». En Europa central y oriental esas organizaciones se llamaban Freedom House, Open Society Foundation y National Endowment for Democracy (NED). La primera de ellas está históricamente vinculada a Estados Unidos e Israel; la segunda, dirigida por el millonario George Soros, está al servicio –simultáneamente– de los intereses de Estados Unidos e Israel; la tercera no es una asociación sino un órgano común de los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia creado por iniciativa del presidente estadounidense Ronald Reagan para prolongar el trabajo de la CIA después de los escándalos de los años 1970. Esas tres organizaciones distribuyen, dondequiera que tienen la posibilidad de hacerlo, miles de millones de dólares destinados a sobornar a las élites y a la compra de Estados.

En julio de 2011, Washington envió a Libia una delegación oficial canadiense para proponer una solución idéntica a la utilizada en Serbia: un cese del fuego al que seguiría un periodo de transición durante el cual las «organizaciones independientes de la sociedad civil internacional» podrían desplegarse en el país. Ante la negativa de Muammar  al Gadafi, la OTAN decidió pasar al uso de la fuerza.

La Declaración estipula además que el Órgano de Gobierno de Transición establecería mecanismos para determinar la responsabilidad de «las personas que hayan cometido violaciones de los derechos humanos y de las leyes de la justicia internacional». El objetivo de esta frase es abrir la puerta al arresto del presidente Assad y su posterior traslado a La Haya, durante el periodo de transición, para acusarlo y juzgarlo por crímenes contra la humanidad. Como en el caso de Milosevic, este proceso terminaría con la muerte del prisionero en su celda. Ya eliminado del juego el presidente Assad y desplegadas en Siria las pseudo asociaciones estadounidenses, los candidatos de Washington ganarían las elecciones.

Así que queda mucho por discutir en Ginebra.

Mientras tanto, el presidente Obama recibió en California al rey de Jordania. El presidente y el rey se pusieron de acuerdo sobre la manera de atacar nuevamente a Siria con el ejército que están formando en Jordania. Washington tiene planificada la guerra hasta el 30 de septiembre de 2014. Durante 7 meses, la «oposición» tratará de modificar la situación militar en el terreno y de apoderarse al menos del sur del país para instaurar allí un gobierno provisional. Lo mejor es mantener siempre dos hierros sobre el fuego.


Thierry Meyssan – Red Voltaire