Según el diario As Safir, los observadores señalan que las relaciones turco-estadounidenses se hallan casi en punto muerto desde la visita de Erdogan a Washington en Mayo de 2013.
Durante la reciente victoria del partido del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, en las recientes elecciones municipales, un gran número de dirigentes del mundo le felicitaron. Sin embargo, el presidente estadounidense, Barack Obama, no fue uno de ellos.
Según el diario As Safir, los observadores señalan que las relaciones turco-estadounidenses se hallan casi en punto muerto desde la visita de Erdogan a Washington en Mayo de 2013.
Aunque los dos gobiernos están totalmente de acuerdo en su deseo de ver al presidente sirio, Bashar al Assad, fuera del poder, turcos y norteamericanos mantienen diferencias en lo que se refiere a los medios y, sobre todo, a la participación de Al Qaida en la lucha en Siria.
Los estadounidenses disponen de pruebas de que Ankara está permitiendo a militantes yihadistas de la órbita de Al Qaida atravesar su territorio para dirigirse a Siria. El periodista de investigación norteamericano Seymour Hersh se ha referido a este tema en un reciente artículo.
Durante aquel encuentro, Obama pidió a Erdogan que no permitiera que los terroristas de Al Qaida continuaran pasando por su territorio, pero éste desdeñó tal demanda señalando que tales individuos eran necesarios para derrocar a Assad.
Según As Safir, desde esta fecha los contactos entre los dos hombres se interrumpieron, a excepción de dos ocasiones. La primera fue en agosto de 2013, al día siguiente del ataque químico contra la Guta Oriental, cuando Erdogan llamó a Obama para intentar convencerle de que interviniera militarmente en Siria.
La segunda ocasión fue el pasado 19 de febrero cuando Obama llamó a Erdogan en relación a la campaña llevada a cabo por este último contra la política estadounidense.
Es en este contexto que el periodista Hersh acaba de publicar un artículo en el que acusa a los “hombres de Erdogan” de haber perpetrado el ataque químico de Guta Oriental con el fin de hallar un pretexto para desencadenar una agresión militar estadounidense contra Siria.
La mayor parte de los medios turcos se han echo eco del artículo, y más aún porque las fuentes de las afirmaciones que contiene son miembros de los servicios de inteligencia estadounidenses y figuras próximas a la Administración norteamericana, que hicieron estas declaraciones bajo la cobertura del anonimato.
Esto demuestra que la Casa Blanca no puede desconocer la implicación del gobierno de Erdogan en el ataque químico de Guta. La cuestión que se suscita aquí es la posible implicación de la Casa Blanca en aquellos hechos. Cabe tener en cuenta aquí las informaciones que hablan de un encuentro en la Casa Blanca entre los presidentes estadounidense y turco en presencia del jefe del servicio de inteligencia turco, Hakan Fidan, y que son totalmente veraces. Los turcos están seguros de que estas informaciones han sido filtradas deliberadamente por alguna fuente norteamericana.
El hecho de que miembros de los servicios de inteligencia estadounidenses hayan filtrado a Hersh las informaciones sobre la implicación turca en la masacre de Guta sugiere a Erdogan que él ya no es apreciado por los norteamericanos y que éstos llevan a cabo esfuerzos para derrocarle.
En este marco podría inscribirse igualmente la filtración en la víspera de las recientes elecciones municipales de un vídeo en el cual Fidan y el ministro de Exteriores turco, Ahmet Davutoglu, discuten abiertamente la puesta en práctica de una provocación contra el gobierno de Siria -como el lanzamiento de misiles por parte de agentes turcos contra Turquía desde el territorio sirio o un ataque contra la tumba de Suleiman Khan, un monumento vinculado al pasado otomano que se halla en territorio sirio- con el fin de crear una excusa para atacar el país árabe.
Esta filtración constituye un sólido apoyo a las conclusiones del reportaje de Hersh y confirma que este tipo de provocaciones sangrientas son algo habitual dentro de los círculos de poder en la Turquía de Erdogan, caracterizada por el expansionismo neo-otomano y el apoyo abierto a los grupos terroristas, incluida Al Qaida.
Las acusaciones de corrupción contra miembros del gobierno turco y sus familiares, incluyendo el hijo de Erdogan, y los ataques lanzados por el movimiento de Fethullah Gülen, que reside en EEUU, contra el actual primer ministro son otros signos de la creciente aversión norteamericana contra el primer ministro turco.
Las ambiciones de Erdogan de convertirse en presidente con los poderes acrecentados no harán más que incrementar esta preocupación estadounidense.