Siria está enfrentando una guerra bárbara, cruel e implacable: 150 000 muertos, cientos de miles de heridos, millones de desplazados y de refugiados.
Siria está enfrentando una guerra bárbara, cruel e implacable: 150 000 muertos, cientos de miles de heridos, millones de desplazados y de refugiados (1 de cada 3 sirios se halla en una de esas dos últimas situaciones), destrucción de casas, de escuelas, de hospitales, de fábricas, de infraestructuras, saqueo del patrimonio arqueológico y cultural.
La oposición supuestamente pacífica, a la que aportan su respaldo nuestros dirigentes [occidentales y franceses] y sus amigos islamistas de Turquía, de Arabia Saudita y Qatar, logró por mucho tiempo mantener una ilusión y disimular su enorme responsabilidad en ese balance.
Ahora que comienzan a soltarse las lenguas nadie puede seguir ignorando que la llamada oposición recurrió a las armas sin esperar a verse sobrepasada por los salvajes yihadistas que estamos viendo en acción desde hace 2 años. Esa llamada oposición ya había recurrido a la provocación así como a la violencia y el terrorismo desde los primeros días de la crisis. Es imposible ver, por consiguiente, qué la predestinaba a convertirse en legítima representante del pueblo sirio. Pero así lo decidieron los sutiles personajes que nos gobiernan, creyéndose que son los dueños del mundo. Y van incluso más lejos aún en materia de cinismo al mantener el silencio sobre los horrores perpetrados por los yihadistas moderados y los terroristas demócratas y atribuir al «régimen» la responsabilidad por el calvario que hoy viven los sirios.
Pero los sirios, en su gran mayoría –y basta con oír los innumerables testimonios para convencerse de ello– sólo ven una solución para salir de este infierno: el ejército nacional, cuya intervención –digan lo que digan los tramposos que disimulan las verdades incómodas– es deseada y no temida, representa la única esperanza de salvación. El Ejército Árabe Sirio, que se compone de reclutas, simboliza la unidad de la nación. Junto al presidente Bashar al Assad, el ejército nacional sirio es la garantía de la perennidad del Estado y sus instituciones.
Los pobladores de los barrios afectados por la desgracia de la revolución «revolución» establecen espontáneamente la diferencia entre el ejército regular y los salvajes mercenarios que pretenden imponerles una ley de otros tiempos y no hay fotos. Cuando hacen fotos es para inmortalizar la acogida que dispensan a los soldados que los liberan de los supuestos «libertadores», como sucedió recientemente en Homs.
El engaño ha durado demasiado tiempo. Hay que dejar de mentirle a los franceses y abandonar la defensa de una causa indefendible. Francia, que ya participó activamente en el desmantelamiento de Libia, no puede seguir siendo cómplice de la destrucción de Siria, no puede seguir respaldando en Siria a los terroristas que dice combatir en África, no puede perseguir al Boko Haram en Nigeria e ignorar el martirio que sus amigos yihadistas infligen a la ciudad siria de Alepo. Esta esquizofrenia es simplemente indecente.
Alepo es un caso digno de estudio. Ya hace 2 años que la capital económica de Siria se halla bajo asedio y parcialmente ocupada por una «revolución armada» cuya defensa no puede asumir ninguna persona decente. La población de Alepo está siendo castigada porque no aceptó sumarse a la «revolución».
Con abierto y fuerte respaldo de un régimen turco que se ha quitado la máscara y perdido la razón, yihadistas, terroristas y mercenarios –que a menudo provienen del Cáucaso y del Asia Central– se esfuerzan por quebrar la resistencia de la población de Alepo. Ahora sabemos que las «grandes democracias» no son muy escrupulosas en la selección de sus aliados y ya puede comprobarse que ni siquiera dudan en presentar la yihad como una guerra por la libertad y los derechos humanos (y/o de la mujer).
«Los muchachos de “Frente al Nusra”», sucursal de Al Qaida en la región, «están haciendo un buen trabajo», según se atrevió a decir un ministro (francés de Relaciones Exteriores) que quedará en los anales. Esta fina observación, que pudiéramos entender cuando más en boca de algún «analista» de mostrador de bar, suena bastante inapropiada en boca del jefe de la diplomacia de una «gran democracia» que se pasa la vida dando lecciones a otros países.
«No lo sabíamos», dirán los mismos que nunca han querido saber. Esa frase nos trae muchos recuerdos.
¿Saber qué? ¿Que los habitantes de Alepo están siendo sistemáticamente víctimas del hambre y la sed que les imponen los rebeldes que los usan como rehenes y sus padrinos turcos, igualmente promotores del saqueo y del robo a Siria de fábricas enteras (trasladadas a Turquía)? ¿Que los habitantes de Alepo están siendo privados de agua potable, de electricidad, de alimentos, de medicinas por capricho de sus «libertadores» sin que la famosa «comunidad internacional» (que reúne a los europeos y estadounidenses del Eje del Bien) diga ni una sola palabra –parece que está enteramente dedicada a la búsqueda de las escolares secuestradas en Nigeria.
No hemos oído ni una palabra sobre Alepo salir de las bocas de las ONGs, ni de la Cruz Roja, ni del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ni de Navi Pillay (jefa del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos), ni del inefable Consejo de los Derechos Humanos de la ONU, ni del plácido señor Ban [secretario general de la ONU] y de los caciques del más obcecado «derecho humanitario» para denunciar el bloqueo [instaurado alrededor de Alepo] con la complicidad de los Estados que dicen ser grandes.
¿Que no lo sabíamos? No hay que ser presidente, ministro, responsable político, intelectual o periodista para informarse y quebrar el muro de la indiferencia selectiva, de la desinformación masiva, de la mentira colectiva. Basta con ser una persona razonablemente honesta. ¿Será esta una especie en vías de extinción en nuestros países, tan satisfechos de sí mismos y tan empapados de devoción cuando se trata de defender derechos y libertades en los países de los demás?
Las víctimas de la guerra universal que se está desarrollando contra Siria (por cierto, la mitad de esas víctimas provienen de las filas del ejército (de Siria), de las fuerzas de seguridad y de los comités de defensa) han muerto víctimas de la barbarie, de la mentira, de la indiferencia.
No lo sabíamos, van a decir. Sí, ¡sí lo sabían! Lo sabían incluso tan bien que, de manera consciente y sistemática, han estado envolviendo a sus conciudadanos en una nube opaca de afirmaciones falsas, de verdades a medias y mentiras, de valores falsos, de engaños.
¿Quién se atreverá a exigirles cuentas? ¿Quedarán impunes, como a menudo sucede, por ser tan poderosos y tan numerosos? Si tan solo uno de ellos en todo el planeta fuese blanco de la Corte Penal Internacional, como pueden serlo un africano o un árabe cualquiera, eso nos devolvería alguna esperanza en cuanto a los valores que vemos pisoteados cada día, y pisoteados por los mismos que los utilizan para ocultar sus propias bajezas.
Michel Raimbaud – Red Voltaire
Antiguo embajador de Francia y profesor y conferenciante en el Centro de Estudios Diplomáticos y Estratégicos (CEDS). Ex embajador en Mauritania, Sudán y Zimbabwe, ministro consejero en Brasil. Oficial de la Orden Nacional del Mérito y Caballero de la Legión de Honor.