Los hombres de negocios sirios comienzan de nuevo desde cero después de la destrucción de sus tiendas y sus fábricas.
Los hombres de negocios sirios comienzan de nuevo desde cero después de la destrucción de sus tiendas y sus fábricas. Las familias que perdieron sus hogares tienen dificultades para alquilar viviendas nuevas y llegar a fin de mes. A lo largo de las carreteras que se extienden a través de las áreas controladas por el gobierno se pueden ver las ruinas de las ciudades previamente controladas por los rebeldes y ahora salpicadas de puestos de control militares.
Las visitas de la semana pasada a la capital Damasco y a la región costera de Tartus, un bastión de apoyo al gobierno, muestran cómo los sirios se han adaptado a la vida en guerra. Los edificios administrativos están rodeados de barreras gruesas pintadas en rojo, negro y blanco, los colores de la bandera de Siria.
Después de años de retrocesos y avances, el gobierno controla Damasco, el territorio del oeste y centro del país, donde se hallan las ciudades más grandes de Siria, y varias zonas del sur. Los rebeldes controlan algunos suburbios en los alrededores de Damasco y partes del noroeste del país. El Estado Islámico extremista estableció su poder sobre un territorio que cubre el este de Siria y el vecino Iraq.
La guerra está siempre presente. El sonido persistente de los bombardeos en zonas cercanas en poder de los rebeldes es el fondo sonoro de Damasco. Los puestos de control están en todas partes en el camino y a menudo se ven refugios de hormigón decorados con carteles del presidente Bashar al Assad cortados en forma de corazón.
Milicias locales progubernamentales también vigilan las ciudades y barrios, ayudando así al Ejército de Assad, cuyas fuerzas están muy extendidas.
Hombres con bigote armados con fusiles de asalto se hallan en la entrada del distrito histórico de Bab Tuma en Damasco. Éste es un barrio predominantemente cristiano y uno de los objetivos favoritos de los ataques con morteros de los rebeldes, que controlan parte del vecino distrito de Jobar.
No se sabe exactamente cuantos sirios viven en las zonas controlada por el gobierno y en las zonas rebeldes, dada la convulsión demográfica en un país donde casi la mitad de la población ha huido de su hogar. Anteriormente dominado por la minoría alauí, partidaria de Assad, la región costera de Tartús, ha experimentado un cambio en la población tras el realojamiento allí de unos 350.000 desplazados internos, en su mayoría musulmanes sunníes.
Esto también pone de relieve el hecho de que los sunníes, que son el grupo religioso mayoritario en el país, constituyen la base principal del gobierno de Assad, a pesar de que la rebelión esté también dominada por sunníes. Minorías como los alauíes, los shiíes y los cristianos en general apoyan al gobierno o se mantuvieron neutrales.
Entre los desplazados está el predicador musulmán Shihi Mustafa y su esposa, Faten Shaar, que huyeron a una ciudad de la provincia de Tartús después de que los rebeldes quemaran su fábrica de productos farmacéuticos. Sobhi dice que los rebeldes de su ciudad natal, Alepo, en el norte, le castigaron porque su hijo Mayid estaba en el Ejército. Mayid murió en marzo del año pasado.
El otro hijo de Sobhi ahora vende sándwiches en una universidad local. Las propiedades de esta familia de clase media-alta fueron destruidas durante la guerra, pero ellos se sienten ahora seguros en Tartús, afirma Sobhi.
“Tenemos que estar unidos como una mano” dijo sentado junto a su esposa sobre un delgado colchón en el suelo, el único mobiliario en el apartamento. Un gran retrato de su hijo muerto en uniforme del Ejército y otro de Assad están fijados en la pared.
Entre los desplazados están varios comerciantes sunníes de Alepo, que era el centro económico del país. Algunos han vuelto a abrir sus negocios en Tartús, pero a una escala más pequeña.
Mohammed Jallad, un fabricante de hornos, huyó cuando la lucha se intensificó en su barrio en Alepo. Su hogar y su negocio fueron destruidos en un bombardeo. Un préstamo le ha permitido reemprender su negocio en Tartús y comparte un espacio de actividad industrial con otros cuatro habitantes de Alepo. Él duerme en una esquina, junto a sus hornos, para ahorrar dinero.
El precio del alquiler de los espacios comerciales se ha triplicado en dos años por el aumento de la demanda de los desplazados internos. Mientras que él daba empleo a 15 trabajadores en Alepo, ahora emplea sólo a dos. Yallad dijo que no quiere abandonar el país por temor a sufrir el destino de unos 3 millones de refugiados sirios que viven mayormente en condiciones miserables.
Los servicios públicos existen, aunque de forma discontinua. Los trabajadores reciben sus salarios, aunque la moneda nacional se ha depreciado. Siempre hay electricidad, aunque los cortes de energía son normales. La educación y la sanidad siguen siendo gratuitas, aunque los residentes dicen que la espera en los centros de salud es larga porque los médicos abandonan sus puestos.
“El gobierno sirio resiste y se aferra a la unidad y la integridad territorial de Siria. Y para nosotros es una cuestión sagrada”, señala la consejera de medios de Assad, Bouzaina Shaaban.
La vida continúa con normalidad para los sirios ricos. Cafés y restaurantes están medio llenos. Sus dueños argumentan que la reanudación de los estudios de los jóvenes ha reducido su clientela. Los hombres de negocios han abierto recientemente un centro de ocio y un centro comercial en Damasco y un centro comercial en siete plantas en Tartus. En este último, el inversor Ali Naddeh fuma una narguila y afirma que más tiendas abrirán pronto. “Es una época de oportunidades”, señaló.
Diaa Hadid, The Big Story (Associated Press) 2 novembre 2014