Erdogan busca reforzar sus poderes presidenciales en Turquía y a controlar todas las instituciones, lo que ha llevado a muchos a temer la creación de un estado autoritario en el país.
“Turquía es un estado poderoso y el nuevo palacio presidencial es digno de ella”. Esta declaración recogida por la prensa turca e internacional ha reforzado la creencia de que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, busca convertirse en el señor y amo no sólo de Turquía sino de toda la región.
Tras su elección como presidente, Erdogan ha transformado de forma extraconstitucional a esta institución en el cargo más relevante del país, convirtiendo al primer ministro Ahmet Davutoglu en un un memo instrumento de ejecución de su política.
En un momento en que se aproximan las elecciones legislativas del próximo año, Erdogan determinará el mismo los nombres de los candidatos del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) a fin de no dejar ningún oponente a sus políticaas en las listas. Él considera que se trata quizás de su última oportunidad para desembarazarse de todos los rivales en el seno del partido, incluyendo los fieles al antiguo presidente Abdulá Gül o al antiguo secretario general del partido, Idriss Shahin.
A través de una campaña de purgas dentro de su partido, Erdogan busca reforzar el control absoluto sobre el gobierno y más tarde sobre el Parlamento a fin de cambiar el régimen político hacia uno presidencialista trasladando competencias del primer ministro al presidente.
Erdogan ha logrado también, en el curso del último período, reforzar su influencia sobre el Consejo Superior de la Magistratura y sobre la mayor parte de los medios. Él utiliza también eslóganes de tipo nacionalista y religioso de cara a ganar las elecciones.
Dotado de ese poder legal y carismático, Erdogan no dudará en desembarazarse de todos sus rivales políticos en las instituciones del Estado, especialmente los adeptos y partidarios del predicador islámico Fethullah Gülen, y dotar de poderes ilimitados a los servicios de inteligencia y seguridad, que actúan en base a sus órdenes e instrucciones.
De este modo, Turquía parece alejarse cada vez más de un sistema de democracia parlamentaria y transformarse en una dictadura autoritaria. “No hay diferencias ahora entre Turquía y la Alemania nazi”, dijo el jefe de la principal fuerza de la oposición, el Partido Popular Republicano, Kamal Klijdaroglu.
Él se ha visto favorecido asimismo por la falta de carisma de los líderes de la oposición, que han perdido su seriedad y su crebilidad. El elector turco no oculta, sin embargo, su descontento hacia los políticos en general y las actuaciones de Erdogan.
Muchos creen que estas políticas representan una seria amenaza para el futuro de la República turca, laica y democrática, tanto a nivel interno como externo.
Mientras que Erdogan no oculta su satisfacción por el éxito del gobierno de hacer frente a las crisis económicas financieras, que está basado en las ayudas y adquisiciones de compañías turcas por los países del Golfo y en los beneficios obtenidos por Turquía gracias a las crisis regionales, ya sea de forma directa o indirecta. La huida de capitales de Siria, Iraq y Libia hacia Turquía se ha estimdo en unos 50.000 millones de dólares a lo que hay que añadir las decenas de miles de millones que salieron de Rusia debido a la crisis de Ucrania y las inversiones occidentales, que controlan ahora un 70% del sector bancario y la Bolsa de Estambul.
Todos estos hechos ofrecen a Erdogan, en ausencia de una oposición seria y con la continuación del apoyo norteamericano y europeo a Turquía, una oportunidad de oro para continuar en el poder durante largos años, sobre todo si en las próximas elecciones, él logra una mayoría suficiente para modificar la Constitución y reforzar su control absoluto sobre todas las instituciones del Estado.
Dicho esto, algunos en Turquía apuestan por un levantamiento popular en contra de este intento de recreación del modelo otomano en la política interior y exterior. Estos círculos temen la transformación de Turquía en un estado que ostente las mismas características de los países árabes del Golfo Pérsico, donde los reyes y príncipes disfrutan de un poder omnímodo.