La victoria del candidato del Partido Nidaa Tunis, Beji Caid Essebsi, en las elecciones presidenciales de Túnez podría significar el fin oficial de la “Primavera Árabe”.
La victoria del candidato del Partido Nidaa Tunis, Beji Caid Essebsi, en las elecciones presidenciales del 21 de diciembre en Túnez podría significar el fin oficial del período que vino a ser conocido con el nombre de la “Primavera Árabe” y que ha tenido resultados en general negativos para los países a los que este fenómeno afectó.
Aunque Túnez ha sido el país menos dañado por los efectos de la llamada “primavera”, pese a ser aquel donde el fenómeno se inició, es importante resaltar que la transición ocurrida en esa nación en los pasados cuatro años se ha saldado con una valoración negativa en las urnas hacia la actuación de los partidos y fuerzas que triunfaron en el período posterior a la caída del presidente Zine Al Abidine Ben Ali.
Es cierto que la fosilización de una parte de los regímenes árabes fue un factor determinante que provocó la ola de descontento que dio paso a revueltas populares en países como Túnez y Egipto, donde Ben Ali y Hosni Mubarak respectivamente, habían creado sistemas de poder personal que no satisfacían las demandas de la población. En el caso de Egipto, hubo que sumar el descontento hacia una política exterior que había sometido al país a EEUU y se contraponía al gran papel jugado por Egipto durante la era del presidente Gamal Abdel Nasser.
En Yemen, el presidente Ali Abdulá Saleh fue también víctima de una revuelta popular que terminó en un pacto para su relevo, y que sumergió al país en un largo período de anarquía, y en Libia una intervención militar de la OTAN llevó al poder a una heterogénea coalición, que posteriormente se rompió y dio pie a una larga guerra civil en el país y a la transformación de éste en un santuario para los grupos terroristas takfiris.
Hoy en día, sin embargo, es posible ver las causas del fracaso de esa experiencia y que son fáciles de identificar:
- La rápida injerencia de varios países occidentales, como EEUU, Francia y el Reino Unido, en los procesos políticos ocurridos en los países árabes en este período con el fin de paliar los efectos de la caída del régimen de Mubarak y desviar los objetivos de las revoluciones hacia la creación de regímenes títeres de Occidente bajo el disfraz de la “democracia”, la “modernización” u otros. En este plan jugaron un importante papel los exiliados que viven y estudian en países occidentales y, en especial en el Reino Unido.
- La no extensión del fenómeno de las revueltas a los países árabes del Golfo, con la excepción de Bahrein, que son los principales depósitos del pensamiento reaccionario y la reserva de fondos para grupos retrógados y terroristas a los que utilizan como instrumento para lograr sus propios fines políticos.
- El ascenso del takfirismo salafista, apoyado por Qatar y Arabia Saudí. Estos dos últimos buscaron aprovechar las revueltas populares árabes con el fin de ganar influencia y establecer un cerco contra Irán dentro del contexto árabe y de transformar la primavera árabe en un conflicto sectario entre sunníes y shiíes. El terrorismo takfiri se convirtió así en una fuerza principal en todos los países que atravesaron el período de la “primavera árabe”, en especial en Libia, donde los grupos extremistas wahabíes controlan uno de los dos gobiernos que existen en ese país en la actualidad, y en Siria e Iraq, donde este terrorismo ha sido alimentado de manera especial por los fondos de Arabia Saudí y Qatar.
- La injerencia turca que ha buscado utilizar a los partidos próximos a los Hermanos Musulmanes para ampliar su influencia y expandir el modelo del neo-otomanismo promovido por los actuales dirigentes turcos. Turquía mantiene una actitud abiertamente imperialista hacia sus vecinos, como Siria e Iraq, y ésta es la causa del derrumbe de las relaciones de Ankara con los países árabes, en especial los mencionados vecinos y Egipto.
Tras la destrucción de Libia como actor árabe poderoso en el Norte de África, la caída del sistema político en Siria fue fijada como el punto básico del nuevo plan imperialista para el control de Oriente Medio. La resistencia del pueblo, el Estado y el Ejército de Siria frustraron, sin embargo, el complot, lo que a su vez llevó al fracaso a los intentos de Qatar y Turquía, apoyados por EEUU, de establecer regímenes de los Hermanos Musulmanes en Egipto, Yemen, Libia y Túnez.
De este modo, la caída de Mohammed Mursi en Egipto, no sólo como consecuencia de una acción militar sino también de un movimiento de protesta popular, la derrota electoral del movimiento An Nahda en Túnez, el cerco militar e internacional a los grupos takfiris en Libia y el ascenso del movimiento huthi, apoyado por las fuerzas nacionalistas, en Yemen han sido consecuencias directas de la derrota y fracaso precedente de los grupos takfiris en Siria y son otros tantos factores que han puesto fin al período conocido como “la primavera árabe”.
En Siria, los revolucionarios que impulsaron la versión local de esta “primavera” no ocultan hoy su arrepetimiento y, en su mayor parte, apoyan ahora al Estado sirio frente a la amenaza de los grupos takfiris. Hoy en Siria todo el mundo es consciente que cualquier solución política sólo puede pasar a través del entendimiento de fuerzas nacionales, ya que el pueblo sirio, que ha pagado tanta sangre para proteger su independencia, no está dispuesto a que figuras títeres al servicio de estados extranjeros desempeñen un papel en el proceso.
Los grandes derrotados en el proceso del fin de la “primavera árabe” van a ser precisamente aquellos que intentaron aprovechar aquellos acontecimientos para aumentar su poder e influencia. Arabia Saudí, por ejemplo, hace hoy en día frente a conflictos internos severos, que no pueden ser ya ocultados a la opinión pública interna o internacional. Su visceral política anti-iraní y anti-siria no ha consechado ningún resultado y ha llevado a que varios países árabes muestren ahora, por razones diferentes, un enfrentamiento más o menos larvado con Riad. Además, el apoyo de Riad a la represión contra los Hermanos Musulmanes ha provocado un choque sin precedentes entre el reino wahabí y el movimiento islamista sunní.
Las relaciones con su protector norteamericano ya no son tampoco lo buenas que fueron en su día debido a la diferencia de intereses. EEUU se ha fijado como objetivo el lograr un acuerdo con Irán, que iría más allá del tema nuclear, y ha fijado una estrategia regional, en temas como Siria e Iraq, que no se identifica con las posturas extremistas de Riad.
Turquía saldrá también debilitada de la crisis actual, que no sólo le ha llevado a chocar con sus vecinos sino que ha puesto de relieve el carácter autoritario del régimen del presidente Recep Tayyip Erdogan, que no duda en utilizar a los grupos terroristas más extremistas como instrumento de su política exterior. Todo ello llevará a un alejamiento turco de la Unión Europea y a distanciar al país de su objetivo de adherirse al bloque europeo.
El movimiento wahabí y takfiri será también el gran derrotado en este proceso por su identificación creciente con el terrorismo y el creciente rechazo que sufre a manos de la gran mayoría de musulmanes del mundo, que se muestran espantados ante las atrocidades de estos grupos que traicionan el espíritu y la letra de las enseñanzas del Islam.
EEUU, por último, tendrá que digerir el fracaso de su bloqueo contra Irán y de sus acciones contra el legítimo gobierno de Siria. No cabe descartar alguna acción espectacular de reconocimiento del fracaso similar al reciente anuncio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba.
Al final, las fuerzas de la resistencia árabe, en alianza con Irán y con Rusia y China, han demostrado que han sido capaces de afrontar el que quizás haya sido el mayor golpe dirigido contra ellas y contra toda la región. No hay duda de que Siria, Iraq y el resto de países árabes afectados por la “primavera” curarán al final sus heridas y saldrán de la crisis reforzados y más decididos a continuar su lucha por sus derechos y su independencia.