He aquí un país dispuesto a enviar delante de los tribunales antiterroristas a dos mujeres por un crimen odioso, según las autoridades saudíes: el de conducir un vehículo.
He aquí un país dispuesto a enviar delante de los tribunales antiterroristas a dos mujeres por un crimen odioso, según las autoridades saudíes: el de conducir un vehículo.
Este crimen parece, pues, horrible a los ojos de la familia Al Saúd, que apoya, sin embargo, -con armas y dinero- a grupos terroristas, como el Frente al Nusra y muchos otros, que combaten al gobierno de Siria desde 2011.
La normativa saudí prohíbe en efecto conducir a las mujeres, pero de ahí a asimilarlas a terroristas y procesarlas ante un tribunal reservado a los delitos de terrorismo hay un trecho. Se trata de una actitud injustificable.
Sin embargo, Arabia Saudí no es la única inconsecuente. Amiga y aliada del Occidente “democrático”, Riad lleva a cabo de puertas para dentro prácticas que Occidente condena, al menos formalmente, con el mayor vigor.
Así pues, los occidentales cierran los ojos ante prácticas deshonrosas como la persistencia de la esclavitud – Arabia Saudí suscribió la convención contra la esclavitud en 1981, pero mantiene el patronazgo de los extranjeros, que no pueden trabajar en ese país sin la tutela de un local, lo cual favorece toda clase de abusos.
Arabia Saudí es un negocio básicamente familiar. Este país es el único del mundo al que se ha dado el nombre de una familia, los Al Saúd. Arabia Saudí es también el único estado donde el gobierno, los ministros y los altos responsables son todos miembro de la familia Al Saúd. De este modo, y en lo que constituye un hecho único en los anales de la Historia, Arabia Saudí es una familia a la que se ha concedido el estatus de un “estado soberano”.
No es normal que aquellos que sermonean al mundo sobre la “democracia” no se hayan percatado de lo insólito de un país dirigido por una familia -lo que es ya en sí mismo singular- y que ésta se permita incluso renunciar a un asiento para su país en el Consejo de Seguridad durante un período de dos años por el hecho de haberse tomado a mal que EEUU renunciara a bombardear Siria en agosto de 2014.
Arabia Saudí, un país rico en petróleo, se beneficia de una indulgencia sin par. Existen buenas causas para ello. Riad ha participado en las últimas décadas en las malas políticas de sus protectores estadounidenses hasta el punto de instrumentalizar el Islam en favor del imperialismo norteamericano. De este modo, el Islam se ha convertido, al mismo tiempo, en instrumento de dominación y de contestación.
El yihadismo nació en la década de los ochenta durante la guerra de Afganistán contra el Ejército soviético. Se trató entonces de una acción norteamericano-saudí cuya puesta en práctica fue llevada a cabo por el riquísimo saudí Osama bin Laden, agente notorio de la CIA.
El régimen saudí, cuya superviviencia depende de la protección que le otorga EEUU, no hace nada en el tema palestino mientras que el Masyid Al Quds, el tercer lugar más sagrado del Islam, sufre las vejaciones de la ocupación israelí y la ciudad de Al Quds (Jerusalén) es progresivamente judaizada.
¿Cómo se comprende que los reyes saudíes, que apoyaron a los yihadistas en Afganistán y en los países árabes no hayan hecho nada -y sin duda no lo harán jamás- para liberar a Palestina?
De este modo, los “demócratas” occidentales, que condenan el “poder personal” en otras partes del mundo no mencionan este hecho en Arabia Saudí, donde se ejerce de forma ilimitada.
En 2013, Arabia Saudí compró armamento de todo tipo, por valor de casi 100.000 millones de dólares. ¿Para qué y contra quién? Estas armas no sirven para defender ninguna causa (EEUU es el que asegura la seguridad del país). De este modo, estas preguntas no tienen respuesta. Sin embargo, sí cabe señalar que estas ventas ayudan al complejo militar-industrial estadounidense a sobrevivir.
De este modo, se trata de un país rico en petróleo, dirigido por una familia, que impone normas retrógradas a su población y que maneja todos los recursos económicos del estado. Y es este país el modelo que Occidente desearía aplicar en los países árabes, un país que prohíbe a las mujeres conducir.
Karim Mohsen – L´Expression